Este Jueves Santo se han cumplido 36 años desde que monseñor Romero fue asesinado "por odio a la fe", de un disparo en el corazón, mientras celebraba la Eucaristía en la capilla de un hospital en El Salvador. Obispo y mártir, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico de Cristo vivo. En aquel tiempo, el país vivía sumido en un caos político y Romero se convirtió en un incansable defensor de la dignidad humana, sobre todo de los más desposeídos. Cada domingo, en su homilía, repensaba a la luz del Evangelio los últimos acontecimientos y denunciaba las violaciones de los derechos humanos de las fuerzas del gobierno y de la guerrilla. También invitaba al diálogo para buscar caminos de justicia y paz. En una entrevista dijo: "si llegasen a matarme, perdono y bendigo a todos los que lo hagan. Ojalá se convencieran de que perderán su tiempo: un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás". En su entierro participaron más de 100.000 personas. "La beatificación de monseñor Óscar Romero -ha dicho el papa Francisco- es motivo de gran alegría para los salvadoreños y para cuantos gozamos con el ejemplo de los mejores hijos de la Iglesia". La ceremonia de beatificación tuvo lugar en mayo congregando más de 300.000 personas en la Plaza Divino Salvador del Mundo, en la capital.

No me dirán, amigos lectores, que no les traigo en este Domingo de Pascua de este Año de la Misericordia, un excelente imitador de Cristo Jesús, buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y perdonó a sus verdugos. Durante cincuenta días los cristianos celebramos su resurrección gloriosa. Precisamente porque vive entre nosotros y se deja "ver", "oír" y "tocar" a quienes tratan de buscarle con sinceridad de corazón es por lo que nunca ha cesado en la historia de la Iglesia ese goteo de testigos heroicos, regalos no solo para la Iglesia universal, sino para toda la humanidad. Hombres y mujeres que siguen al Resucitado implicándose con quienes están en la cuneta de la vida y que a menudo no son portada de los periódicos. Ese ha sido el caso reciente de las cuatro misioneras de la Caridad, hijas de la M. Teresa de Calcuta (que pronto será canonizada), cruelmente asesinadas en el Yemen en el nombre del Corán. O el caso del padre Wei, sacerdote chino igualmente asesinado con el que hemos compartido la formación teológica en la Universidad Pontificia de Salamanca; entregado a los más pobres y abandonados de su región, admirado entre los jóvenes y fundador de un seminario clandestino prohibido por el gobierno.