Ni yo, ni nadie que haya nacido en una zona rural desea que los pueblos desaparezcan. Pero el problema no son los deseos, sino la realidad, que es muy testaruda. Es un hecho incontrovertible que la inmensa mayoría de los pueblos zamoranos van perdiendo población. Este fenómeno arrancó a mediados de los años cincuenta del siglo pasado. No lo hizo antes porque la maquinaria agrícola no había relevado a los jóvenes "de la tierra del pan, de buen riñón, de mano sobria para la siega", a los que alude Claudio Rodríguez en su poema "La contrata de mozos".

Creo que ya entonces había una superpoblación en unos pueblos de secano que vivían del cultivo de los cereales, aunque apenas satisfacían las necesidades alimentarias de la mayoría de la gente. Se sobrevivía gracias a una economía de subsistencia, a veces de trueque, complementada con la cría de cerdos, gallinas y conejos. En algunos pueblos los comedores sociales -llamados entonces Auxilio Social- cubrieron las necesidades alimentarias de los más desfavorecidos, es decir, de las familias numerosas que no tenían tierras. Fueron las primeras en emigrar.

No descubro nada nuevo si subrayo que actualmente muchos pueblos están llamados o condenados a desaparecer. No es cuestión de fatalismo, sino de realismo demográfico. En los pueblos de las zonas rurales la mayoría de los habitantes tienen más de 65 años. En un pueblo cerealista como Pajares de la Lampreana, que ronda ahora los 380 habitantes -había unos 1.300 a mediados del siglo pasado-, mueren anualmente una docena de personas y no todos los años nace un niño. Hay muchísimos más pajareses viviendo fuera que dentro del pueblo.

Ante esta nueva situación, que los censos de población ratifican machaconamente, ¿qué se puede hacer? Desgraciadamente, muy poco, sobre todo en las zonas cerealistas y de secano, cuya población no está entrenada para organizarse y conseguir abaratar los costes de producción cada vez más elevados. Las actuales ayudas a través de la Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea tienen escasa repercusión en la economía de los agricultores. Al menos, en la Tierra del Pan. Por otra parte, los hijos de los jóvenes agricultores procuran cursar estudios superiores para colocarse el día de mañana en las ciudades. Esto significa que no hay relevo generacional, debido a las escasas perspectivas de futuro.

¿Existe la posibilidad de una repoblación humana que frene la sangría demográfica? Muy a mi pesar, lo considero improbable, por no decir utópico. Se puede ensalzar la calidad de vida en los pueblos, la tranquilidad, el aire puro y los valores de una cultura tradicional; pero no creo que esto proporcione suficientes atractivos para que los nietos de quienes emigraron para trabajar en las fábricas del norte de España intenten fijar población. Estos jóvenes se han instalado en las grandes ciudades. ¿De qué van a vivir en los pueblos? ¿Y qué futuro van a tener sus hijos? Como mucho, pasan en el pueblo una temporada durante las vacaciones, y esto en el caso de que los abuelos o los padres hayan rehabilitado las casas familiares, que estaban diseñadas en función de los animales que realizaban las labores agrícolas.

Hay algunos casos, muy pocos, de jubilados que vuelven a los pueblos, porque con sus pensiones viven con más holgura que en las ciudades. Otros, aunque en su fuero interno deseen volver, no lo hacen porque están echando una mano a los hijos que trabajan, atendiendo sobre todo a los nietos. Antaño, eran los hijos quienes cuidaban a los padres ancianos: hoy han cambiado las tornas. Se da incluso el fenómeno de que algunos hijos sobreviven gracias a la pensión de sus padres, porque no tienen trabajo o solo ocasionalmente.

Como natural de un pueblo, constato esto con dolor. Añadiré algo más: no existe ningún interés en las administraciones públicas para impulsar el desarrollo de los pueblos, y menos aún en una etapa en que ya está en marcha la cuarta revolución industrial.