Mientras el paisaje permanece casi inalterable, por estas fechas, el paisanaje de la capital cambia. Se llena de colorido, de juventud, de alegría festiva, de disfraces de lo más divertido ¡y no estamos en carnaval! Se lo debemos, hasta donde yo sé, a los alumnos y alumnas de la Politécnica de Zamora a los que quiero felicitar por el alarde que repiten todos los años, convocando a universitarios llegados de todas las latitudes para alegrarnos la vida, para cambiar un poco el ambiente taciturno de la Zamora urbana.

Me imagino que, al igual que yo, todos los habrán visto por la calle. El jueves por la mañana me topé de lleno con un torero, con una bailarina con toda la barba, con náyades, nereidas y ondinas ataviadas con ropajes de vivos colores, pelucas lacias, largas y cortas que coronaban por igual cabezas masculinas y femeninas. Cupidos, bebés, zulúes, marineros, arlequines? Un sinfín de chicos y chicas ataviados de guisas de lo más divertido, cambiando el rostro de la ciudad, realizando, sin proponérselo, un desfile de lo más hilarante.

Esta fiesta, cuyos orígenes ignoro, y en la que me gustaría profundizar, debiera declararse patrimonio de la ciudad, un bien, no sé si turístico e internacional, pero sí divertido que nos viene que ni pintado al ánimo bajo de los zamoranos. Hay sentido del humor, hay divertimento, hay fiesta y todo lo demás. Ellos y ellas no molestan a nadie, no se meten con nadie, van a lo suyo para regocijo de todos y yo me pido de corazón que lo mantengan, pero que nos hagan partícipes de todo lo que se montan en torno a una fiesta salida de no sé dónde, pero que estamos en la obligación de acoger como corresponde. Conmigo que cuenten.

Resulta de lo más chocante, en medio de la seriedad habitual de la ciudad, salir a la calle de buena mañana y encontrarse con gente joven, ataviada de forma singular, justo cuando el carnaval ya es historia. La iniciativa de estos chicos y chicas hay que premiarla con el apoyo del Ayuntamiento y de los ciudadanos. En lugar de andar dispersos, podrían concentrarse en la plaza de la Marina o en la otra de todos que es la Mayor de Zamora, para regocijo de los zamoranos.

Que compartan con nosotros su algarabía, que nos cuenten de qué va esa vaina. Que nos enteremos un poco del cómo y el porqué. El cuándo, como ya digo, es cuando marzo se abre al calendario. Con el aliciente de que cuando esto sucede, no me diga por qué, quizá para que no pasen frío, el astro rey se convierte en aliado de todos estos universitarios que se concentran en la ciudad, aunque de forma dispersa, lo que no permite ahondar en la magnitud que en sí debe tener semejante convocatoria. Es preferible eso a las manifestaciones manipuladas. En realidad es una forma de manifestar su juventud, su alegría, su diversidad, su gracia, su enjundia, su sentido del humor y su creatividad.

Y esto sucede por estas fechas, todos los años en la Zamora urbana.