Las elecciones generales del 20D han demostrado lo que todo observador atento a la política realizada por el PP podía advertir desde hace meses: la profunda desafección que afecta al presidente Rajoy, como a la política de su Gobierno. Rajoy nunca ha sido popular y aunque derrotó por mayoría absoluta a la izquierda, medio descompuesta y sin programa en 2011, los españoles nunca han reconocido en el presidente el aura que envuelve el cargo presidencial en los países europeos. Pero este en lugar de afrontar el desafío se convirtió en la caricatura del "plasma". El rotundo fracaso del PP en las elecciones es interpretado por todo el mundo, incluso por muchos de su mismo partido, como un fracaso suyo personal.

Aunque el electorado de la derecha se haya movilizado en las elecciones sigue siendo muy escéptico respecto a la capacidad para gobernar el país con coaliciones de formaciones en las que esté el PP. Puesto que no ha sido capaz de resolver ninguno de los problemas que en el pasado afectaron al Gobierno de las izquierdas, ¿Por qué los españoles deben confiar en ellos?

El presidente Rajoy no ha podido incardinar un programa creíble alejado de disputas personalistas y ha recibido un sonoro castigo. La píldora de los ajustes que los electores le han hecho tragar en las elecciones lleva una receta complementaria, cuatro años de meditación que le deben servir, primero, para renovarse, después estudiar el concepto de la idea de mandar, gobernar es otra cosa diferente, y tercero, reflexionar sobre la política de desprecio al adversario político.

Pero la izquierda al socialismo debería moderar su entusiasmo, es cierto que ha conseguido un elevado número de votos, que se traduce en diputados, pero la confianza para gobernar aún no la ha conquistado.

En el fondo, las elecciones generales han puesto en evidencia tres grandes temas de la vida política española que es necesario afrontar cualquiera que sea el Gobierno que se pueda formar. La reforma constitucional para que el Senado pueda ejercer un control efectivo sobre las comunidades autónomas, la deslealtad institucional ha revelado este aspecto desagradable de los políticos autonómicos. En la política exterior es preciso realizar ajustes para que nuestros embajadores representen al Estado y no al partido político que gobierne, diseñar un programa consensuado de Gobierno que afronte los problemas de la seguridad exterior compatible con los Derechos Humanos Universales de los refugiados políticos. En política interior realizar los ajustes necesarios para que la última palabra la tengan los ciudadanos.

La idea que la derecha española tiene de estas cuestiones chocan con las del socialismo en el que encontramos dos grandes planos: uno, formado por ideas concretas sociales, estéticas, políticas y filosóficas y otro constituido por un fondo ético esencial que evoluciona al ritmo de las necesidades de la sociedad.

(*) Concejal socialista en el Ayuntamiento de Peñausende