A comienzos de octubre del 2011, los dos grupos políticos que componían el pleno del Ayuntamiento de Salamanca mostraron su acuerdo (tras tres intentonas rechazadas tozudamente por el entonces alcalde del PP, Julián Lanzarote) ante la moción presentada por el PSOE para restituir el acta de concejal de Miguel de Unamuno y Jugo. El gran literato, rector de la Universidad de Salamanca y concejal del Ayuntamiento charro, tuvo un duro y algo violento encuentro con el fundador de la Legión, Millán Astray, que le condenó al ostracismo social de su época. Habían pasado 75 años del enfrentamiento con el general Millán Astray, el 12 octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Fue un día después de este incidente cuando la corporación municipal de Salamanca -constituida por la fuerza de las armas y no por los votos- se reunió de forma secreta, e ilegal, y le expulsó "para redimir la España apuñalada traidoramente por la pseudo- intelectualidad liberal-masónica del señor Unamuno".

También sus compañeros de universidad le traicionaron, firmando un escrito para destituirle como rector vitalicio de la USAL.

Aún quedan retazos de aquella España -y de aquella Salamanca, de aquella universidad- envenenada, dominante, caciquil, que no evoluciona. Pero hay que recordar que muchos salmantinos, y descendientes, de los que dicen abanderar ahora unas ideas demócratas tienen las raíces podridas por el franquismo.

Encerrado en su casa de la calle de las Úrsulas -encierro voluntario para unos, obligado para otros- ya solo lo visitaban algunos falangistas con aspiraciones intelectuales, como el joven Bartolomé Aragón, presente en casa del anciano profesor cuando falleció. (Todavía no había hecho el franquismo la "purga" y el trasvase de la Falange Auténtica al Movimiento Nacional). Esa Nochevieja de 1936, conversando con Bartolomé Aragón, Unamuno expiró con la esperanza de que España se salvase de la debacle de la guerra civil.

Al día siguiente, el féretro de don Miguel fue llevado al cementerio a hombros de falangistas y cinco escuadras le rindieron honores en el cementerio. La Falange se impuso a sus compañeros de la universidad -apropiándose de Unamuno-, que solo al llegar al final del Campo de San Francisco se hicieron con el féretro.

En un principio las autoridades golpistas de Franco, cuyo cuartel general estaba en Salamanca, no iban a permitir un entierro multitudinario, de reconocimiento y admiración ciudadana a Unamuno. Era don Miguel, a la vez, una voz crítica y molesta contra la demagogia y barbaridades del Frente Popular y de los militares alcistas de Franco. Unamuno en su salsa: mordaz y polémico. Quizás murió a tiempo, antes de que los fascistas le "pegarán un tiro por rojo y traidor". Pero así era Unamuno; no en vano fue siempre un liberal a la vieja usanza, y que, en aquellas circunstancias, ni casaba con "los "hunos", ni con los "hotros"" -tal y como escribió en algunas de sus últimas cartas y manifestó a cuantos pudieron oírle tras la asonada criminal refiriéndose a "las dos Españas" enfrentadas-. "No estoy ni con los fascistas ni con los bolcheviques", puntualizaba.

Han pasado casi 125 años desde su llegada a Salamanca como catedrático de Griego. La Salamanca que recibió a Unamuno era bastante rural y provinciana. "Una ciudad pequeña, de finales del siglo XIX y comienzos del XX -en boca del periodista y escritor salmantino Enrique de Sena- que apenas rebasaba los 22.000 habitantes. La Universidad lleva una vida lánguida, hasta el punto de que solamente dos facultades, la de Derecho y la tradicional de Filosofía y Letras, son facultades oficiales? Y en torno a la ciudad la vida política tenía un sentido muy doméstico, casi diría yo hasta entrañable. Ocurre en Salamanca algo curioso, y es que en aquellos tiempos los hombres políticos más activos eran comerciantes, comerciantes de la Plaza Mayor y aledaños, plazas del Corrillo, del Ángel, de la Libertad? Existen bastantes de estos que eran hombres liberales y hasta republicanos, unos republicanos históricos que enternece el conocer sus declaraciones, sus intervenciones en el Ayuntamiento?".

Pero a la vez, cercana ya la primera guerra mundial, Salamanca sigue siendo un baluarte de caciques locales, con una iglesia tridentina y un gobierno conservador muy inmovilista.

En lo esencial, no mucho ha cambiado Salamanca desde entonces. No es que sea la cuna de la España profunda, pero aún tiene retazos de aquellos tiempos a pesar de sus dos universidades. Ya es un dicho clásico en esta tierra, que la provincia y la capital charra respecto a la universidad siguen derroteros distintos. La cultura y progreso universitario no comulgan con el salmantinismo más charro y viceversa; no se han entendido nunca.

Salamanca sigue hoy día con la sangría de población, más en la provincia, con una emigración de jóvenes cada vez más preocupante; el tejido rural permanece inamovible, muy envejecida, casi sin futuro.

Salamanca es aún un reducto de faroleros, columnatas de poca monta, escribe cuartillas e intelectualoides fracasados, que se miran continuamente el ombligo, pontificando sobre lo que es bueno y malo -creyéndose jueces inapelables de la Inquisición- en esta provincia charra. Y como en tiempos de Unamuno, persisten en los insultos y vejaciones, en las descortesías y rencores. Critican a los progresistas, pero no son capaces de hacer lo mismo con los culpables, desde antes de la democracia y ya desde la Transición (PP-PSOE), del atraso atávico de nuestra tierra, con gran paro y mucha pobreza, enormes desigualdades sociales, bajísima renta per cápita, escasa industrialización, con un futuro muy incierto para nuestros hijos. Y esto no son caricaturas ni falsedades socioeconómicas ni eslóganes de nuevos politiquillos.

A pesar de todo ello, a Unamuno le hechiza la ciudad del Tormes: "?A mí me ha ganado este poblachón el afecto; su vida claustral me seduce? Aquí nada perturba la rumia espiritual, y aquí se oye uno pensar"?