Pues sí, hoy iré a votar. Se lo he dicho a todo el que me ha interrogado estos días sobre qué haría el 20 de diciembre. Ya sé que mi voto será insuficiente para modificar, como quieren muchos, o apuntalar aún más, como desean otros, el panorama político, económico y social que se respira en España. Y no cometeré el error de sugerir la papeleta que a mí me gustaría que usted introdujera en la urna. Ya somos mayorcitos para que cada uno elija la opción que desee. Todos sabemos que hay tres grandes posibilidades: elegir de nuevo a los que nos han gobernado durante los últimos años, optar por los que han estado en la oposición y aspiran de nuevo a gobernar este país o escoger la papeleta de quienes quieren aterrizar por primera vez en las Cortes Generales.

Yo solo puedo aconsejar que hoy, unos minutos antes de introducir la papeleta en la urna, reflexionen con calma y analicen con lupa no solo lo que le ofrecen unos y otros para los próximos cuatro años -que es mucho y, en muchas ocasiones, muy parecido-, sino, sobre todo, la gestión política de quienes han gobernado este país durante la última legislatura. Y, en función de ese balance, decida. Yo, por ejemplo, no me creo la mayoría de las promesas electorales que he escuchado y leído a unos y otros durante las últimas semanas. Pero no me importa, ya que las elecciones son también un instrumento imprescindible para evaluar la gestión de quienes nos han gobernado. Y si para usted el balance ha sido positivo, pues magnífico; pero si, por el contrario, ha sido negativo, lo lógico es que pruebe suerte con otras opciones políticas. Porque el masoquismo político es poco aconsejable. Quiero decir: quejarse de lo mal que van las cosas y no actuar en consecuencia, es poco convincente y no vale.

Por tanto, es inútil quejarse en silencio y luego no dar una respuesta adecuada en las urnas. Porque para eso son precisamente las elecciones: para premiar a los buenos gestores o para elegir nuevas ideas y nuevos rostros que sean capaces de resolver los problemas cotidianos de los ciudadanos, aunque, muy especialmente, los problemas de quienes tienen menos poder y menos posibilidades en la vida, que son muchos. Porque los otros, los poderosos, ya se valen por sí mismos. Por eso, cuando hoy vaya a votar, piense en estas cosas. Y al introducir la papeleta en la urna no solo piense en el futuro -el suyo, el de sus hijos o el de sus nietos-, sino también en el pasado más reciente. Porque el futuro maravilloso que todos deseamos solo se puede construir cuando previamente hemos analizado de dónde venimos. Y en estas tierras ya estamos hartos de repetir pasados, que para unos habrán sido maravillosos, pero que, sin embargo, apenas han sido provechosos para una gran mayoría de ciudadanos.

Le aconsejo, por tanto, que piense en estas cosas y luego vote. Al que le dé la gana. Pero vote.