Es muy lógico y natural que en la calle, estos días, prime sobre cualquier otro tema de conversación el debate del lunes pasado en Antena 3, con la asistencia de los candidatos de PSOE, Ciudadanos y Podemos y la ausencia del número uno del PP sustituida por la número dos de Rajoy, la vicepresidenta del Gobierno. Para la no presencia del líder de la derecha no encuentra la gente otro motivo que su miedo a enfrentarse con unos rivales que le iban a echar en cara la corrupción como principal argumento contrario, por lo que obligó a Sáenz de Santamaría a tragarse el marrón. Para lo que no encuentra razón es para que Antena 3 admitiese esa burda componenda que transformó el debate electoral en algo inconcebible en cualquier otro país. Pero no se pueden pedir peras al olmo. Ahora, a ver lo que depara el cara a cara del lunes próximo entre Rajoy y el aspirante socialista, Pedro Sánchez, muy flojo en los debates anteriores, y con la corrupción por medio como principal acusación de cada uno al otro: los Bárcenas, Gurtell, Púnica, Valencia, por un lado y los ERE de Andalucía por el otro. Gane quien gane, tampoco será el debate decisivo aunque pueda ayudar a despejar dudas: o más PP, o gobierno tripartito de cambio.

Porque parece que el debate a tres más una no ha decidido nada, aunque haya supuesto un éxito de audiencia, con nueve millones de espectadores contemplando el programa en todo o en parte. Resultó largo y tedioso, y eso que faltaron asuntos tan importantes como la sanidad pública, la cultura, el campo, la despoblación y otros más, que se espera que aborden Rajoy y Sánchez. Al final, lo que quedaba flotando en el ambiente era una cierta indefinición ante lo nuevo ofrecido y ante quienes lo ofrecían. Faltaba decisión, contundencia, carisma, aunque tal vez influía la forma insegura y nerviosa a veces de expresarlo, sobre todo por parte de Rivera y de Sánchez. Lo del PP no cuenta porque ni Sáenz de Santamaría es la candidata, aunque pudiera llegar a ser presidenta del Gobierno en caso extremo, ni los conservadores, apegados al voto del miedo a lo nuevo, al más vale lo malo conocido, no ofrecen sino más continuismo de una política elitista y oligárquica, altiva y lejana al pueblo, que solo favorece a los ricos y que ha hecho mucho daño a las clases medias, el pilar económico de cualquier país, y a las clases más débiles.

El mejor, según las encuestas realizadas, fue con diferencia Pablo Iglesias, que demostró ideas claras y firmes y supo expresarlas con una profunda convicción. Su reacción ha sido realista, fiando sus posibilidades a la evidente remontada que está protagonizando Podemos. Después el más valorado es el líder de Ciudadanos -gusta mucho su intención de suprimir las diputaciones- que ha declarado sentirse satisfecho del resultado, arremetiendo contra Rajoy por no atreverse a acudir. A la vicepresidenta se la puntúa generosamente en una situación tan rara y comprometida. Su jefe, Rajoy, dice que ella ganó el debate. Qué ocurrencias tiene Rajoy. Se conoce que cerró oídos y orejas cuando se habló de la corrupción. Y repite último lugar Pedro Sánchez, cuya reacción ha sido declararse humilde vencedor del debate.