Estamos en el segundo domingo de este tiempo del Adviento. Hoy la palabra de Dios nos invita a la vivir la alegría más desbordante y auténtica. Puedes preguntarte: "En medio de todos los problemas que tengo, con estas preocupaciones y sufrimientos que estoy atravesando, con todos los líos de mi vida, en esta situación del mundo, ¿cómo puedo estar alegre? Y mejor, ¿por qué tengo que estar alegre?".

Es muy natural que te interrogues acerca de por qué hoy Dios te invita a la alegría. Él mismo te responde desde su palabra: "Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia que vienen de él" y también te dice: "Y todos verán la salvación de Dios". El señor te ha salvado ya de la muerte, del pecado, del mal y del demonio. Jesucristo ha luchado contra todo esto por ti y ha vencido, para regalarte a ti su victoria. Pero ahora Dios quiere salvarte de todo esto hoy en tu vida. Sí, de tus muertes, de tus pecados, del mal que te acecha, del demonio que pretende acabar contigo y destruirte con saña. Lo más triste es que muchas veces tú y yo no somos conscientes de que estamos en esta situación tan terrible para nosotros, para ti y para mí. Nos ha engañado el enemigo y nos ha confundido. Ha distorsionado por completo nuestra realidad. Nos hace creer que ya vivimos felices ahora. O que la felicidad está en hacer lo que nos arruina, nos arranca nuestra dignidad personal o nos degrada a una irracional condición animal. O peor aún, nos convence de que la felicidad no existe.

¿Por qué vas a luchar? ¿Para qué vas a luchar por algo que no vas a conseguir? El demonio, autor de todo esto, tiene razón en algo: esa felicidad que nos presenta no existe. No es felicidad, es sometimiento a sus deseos y la esclavitud más horrible. Por eso viene el señor. Para abrirte los ojos y que puedas ver la realidad sin mentiras ni engaños. La verdadera felicidad tú no la puedes conseguir. Si la quieres alcanzar por tu cuenta siempre querrás más, nunca estarás satisfecho, siempre te quedará algo que desearás lograr. Y como no eres capaz por ti mismo de conquistar esa felicidad, caerás en la mayor de las frustraciones y en la desesperación más salvaje. No te preocupes. La mayor felicidad para ti, te la trae Jesucristo, te la regala él. Tú solo tienes que acogerla, recibirla. "¿Y no tengo que hacer nada?". Sí, tienes que convertirte, como te pide Juan el Bautista hoy. Tienes que dejar que Dios enderece lo torcido en tu vida, que iguale lo escabroso, que allane las montañas de tu soberbia y egoísmo. Él va a preparar el camino en tu vida para que llegue a ti la salvación hoy. Con amor y con misericordia, como todo lo que hace Dios por ti. Siempre te tratará con ternura, con delicadeza.