Coordinación entre administraciones y educación", son las dos conclusiones de la Comisión Territorial de la Mujer celebrada el pasado miércoles en Zamora, coincidiendo con el Día Internacional de la Violencia de Género. Dos conclusiones que se repiten tan a menudo como, desgraciadamente, son noticia casi diaria las agresiones a mujeres, también en Zamora, a pesar de los bajos índices de delincuencia que figuran en las estadísticas policiales de la provincia.

Y ya desde el inicio, la primera de ellas falla, aunque sea en el aspecto meramente formal, al haber sido incapaces las distintas instituciones, incluso las gobernadas por partidos del mismo signo, de aunarse y mostrar un frente sólido, de forma simbólica, en un solo acto de repudia contra un delito del que son víctimas en la provincia cientos de personas, la mayoría de ellas mujeres, en lugar de llenar la jornada de convocatorias a distintas horas y así restar contundencia a las manifestaciones civiles, necesarias hasta que el mensaje cale de manera definitiva en la sociedad. Es lo mínimo que se merecen las víctimas de una lacra social que, lejos de remitir, se dispara.

Hace menos de dos meses, el pasado 5 de octubre, una mujer de Morales del Vino estuvo a punto de convertirse en una integrante más de la siniestra lista de asesinatos de este 2015 que, mes y medio antes de concluir el año, se eleva ya a 55, sin contar los menores que han sido víctimas de horrendos parricidios por los padres que seguían teniendo derecho a visitar a sus hijos a pesar de contar con antecedentes de maltrato a las madres. Otras veces los agresores pasan por personas normales, con las que cualquier se pude cruzar en la acera de cualquier municipio. Justamente hace un año, otro 25 de noviembre, al mismo tiempo que a las puertas de las instituciones zamoranas se desarrollaban actos contra la barbarie "doméstica", en un pueblo de Aliste se desenterraban los cuerpos de una mujer dominicana y su hija de corta edad, ambas asesinadas por la pareja de la madre, originario de dicha localidad. Una cruel sincronía sobre la que pocos repararon entre la abundancia de discursos cargados de intenciones pero que necesitan, desesperadamente, convertirse en realidad.

No existe un patrón determinado que ayude a establecer quiénes son o serán víctimas del maltrato, como tampoco lo hay para los maltratadores: la experiencia de los numerosos expertos que se dedican al estudio encuentran casos de mujeres profesionales altamente cualificadas al lado de desempleadas o sin apenas estudios. No hay edad, porque la mujer apuñalada en Morales del Vino superaba los 70 años y los 80 su agresor. Tampoco existe un ámbito específico, aunque bien es cierto que esa concienciación a la que apelan constantemente desde los foros dedicados a la violencia machista está aún más ausente en los núcleos rurales.

En las ciudades se ha dado el primer paso hace años, con la evidencia de que el maltrato es un delito perseguido y el agresor un delincuente; se va erradicando la creencia estúpida inculcada durante generaciones de que "son cosas de pareja" que pertenecen al ámbito íntimo de las personas.

Para quienes habitan en núcleos urbanos resulta más fácil acceder a las medidas establecidas por las fuerzas de seguridad y la justicia, tienen a mano grupos que han ido surgiendo de apoyo tanto psicológico como de reinserción laboral, puesto que la dependencia económica de sus agresores sigue actuando de "tapadera" de muchos casos de maltrato.

La concienciación en el medio rural va a otro ritmo, porque también ha sido el entorno en el que el patriarcado mal entendido estableció desde el principio sus leyes. Como muestra de ello, cabe señalar que hace menos de cinco años que las mujeres pueden figurar como propietarias de explotaciones agropecuarias. Desde ahí puede extrapolarse el resto de conclusiones sobre cuál ha sido y es, aún en muchos casos, la situación de la mujer en el campo. También son las primeras en emigrar y con ellas se evapora la esperanza de los pueblos. Bien merecen todo tipo de medidas de protección, incluida la del derecho fundamental: a la propia vida y a la libertad individual.

Durante el último año, según las estadísticas judiciales, 315 mujeres presentaron denuncia por violencia de género en los juzgados zamoranos, 68 más que el año pasado. ¿Quiere ello decir que las mujeres están respondiendo a las continuas campañas y presentan más denuncias? Quizá solo en parte, puesto que las agresiones contabilizadas, 241, también se incrementaron en 25 con respecto a doce meses atrás.

Más de cien zamoranas cuentan con atención policial para prevenirlas de sus maltratadores. Pero de las órdenes de protección solicitadas, 65, casi la mitad ha sido denegada. Una cifra de negativas que puede llegar a alarmar si se tiene en cuenta que los expertos judiciales consideran que solo el 0,006% de las denuncias resultan falsas. Los juzgados y los policías se quejan, con razón, de falta de medios. La respuesta de la Administración remite siempre a la limitación de presupuestos. Solo que hablar en términos meramente monetarios cuando se trata de vidas humanas en peligro suena, cuando menos, frívolo.

Sí, es necesaria esa coordinación administrativa, pero también disponer de medidas efectivas que amparen además a los menores dependientes de las agredidas. Y, sobre todo, es necesario reforzar los cimientos de una sociedad que crezca en igualdad y que rechace la violencia. Una labor a compartir en las familias y en los centros de educación. Porque cierta parte de las nuevas generaciones de zamoranos tienden, al llegar a la adolescencia, a repetir esquemas que deberían haberse olvidado y confunden la manipulación y el control con manifestaciones de enamoramiento. Erradicar la violencia de género, de cualquier género, requiere un esfuerzo conjunto entre quienes tienen el poder de legislar, de quienes vigilan para que se cumpla la ley y del conjunto de la sociedad para construir un mundo más justo. Lo deseable sería que el 25 de noviembre pudiera ser una fecha más, en el calendario, sin dedicatorias que remiten a un terror presente también en la aparentemente tranquila sociedad zamorana.