Viniendo como vengo del campo, nunca lo entendí. No me dio tiempo. Mi padre, agricultor casi sin tierras que a los 9 años ya arrastraba los pies tras un viejo arado romano tirado por mulas, me dijo desde el principio:

-Haz lo que quieras, menos quedarte en el campo. Aquí no hay más que miseria. Lo poco que se saca, le luce al intermediario. Nosotros nos pasamos la vida con dolor de cuello; todo el día mirando arriba, a ver si llueve o hay sol; todo el día mirando abajo, a ver cómo anda la tierra o como van los sembrados. Haz lo que quieras. No tengo estudios para orientarte. Pero aquí no te quedes.

No me quedé. A los ocho años ya no estaba en el pueblo. Aunque fue por su culpa y la de mi madre. Se fueron ellos, en cuanto pudieron. A la emigración alemana de los años sesenta. Salvo por la separación de los hijos (que dejaron atrás, para no desarraigarnos) mi madre no lo llevó mal; se hizo a aquella otra vida, de salario mensual, horarios, rutina y seguridad. Mi padre, en cambio, jamás se adaptó. Se tuvo que quedar casi dos décadas, pero en su cabeza nunca deshizo maletas. Fue un árbol trasplantado negándose a echar raíces en tierra desconocida.

Quizá no somos tan diferentes del árbol. Este no se mueve y nosotros sí, pero lo cierto es que también a nosotros nos cuesta movernos, sobre todo si nacemos en lugares pequeños, soleados y sólidamente enlazados por parentescos cuyo origen se pierde en los tiempos. Supongo que quien nace en ciudad, también ama y añora (si ha de alejarse) sus paisajes de infancia. Pero mi experiencia es rural y de un pueblo pequeño. Desde ahí, desde ese punto de vista, es doloroso haber visto lo que ha pasado estas últimas décadas: la despoblación acelerada del campo.

Me fui yo, empujado por mi padre y la vida misma. Pero parece que todos los padres zamoranos dijeron lo mismo a los hijos:

-Escapad. Esto no es vida. El futuro son las ciudades.

¿De verdad lo son? Ahora resulta, si se fijan, que los de las ciudades, si pueden permitírselo, están diciendo algo parecido, pero en sentido opuesto:

-Lo de la ciudades, no es vida. Escapad. La vida es el campo.

Y si pueden, ya digo, se hacen una casa en las afueras o en el pueblo de origen. Eso sí, solo como segunda vivienda. Porque el futuro sigue en las ciudades y el campo continúa en las mismas: solo hay negocio para el intermediario.

Algo muy gordo falla cuando no hay modo de que el cultivo de la tierra o la ganadería den de comer a quienes se encargan de esas tareas, las más esclavas, las más esenciales, las que alimentan a los abigarradas ciudades. O algo muy bien planeado sobrevuela nuestras cabezas para que la provincia vaya quedando vacía y por tanto al alcance de grandes fortunas que van invirtiendo, con discreción, en suelos, soles y aguas: ojo a eso. El agua hace tiempo que dejó de ser nuestra y ya pagamos por cualquiera de sus usos. Al sol ha empezado a privatizarlo este Gobierno saliente, poniendo un impuesto a quien tenga la osadía de calentarse con él. Queda el suelo, la tierra, lo que rodea nuestros pueblos, lo que es la provincia. Aún es nuestra, en alguna medida. Aún es de los que escapamos del campo, aunque ya casi ni sepamos cómo llegar a las fincas ni delimitarlas. Pero no "valen" nada. Un solar urbano cuesta un potosí. Una tierra en el campo de varias hectáreas no te da ni para un metro cuadrado en la ciudad. Es una invitación evidente a que la regalemos.

Cuidado, paisanos. El campo no es un paisaje. Ese es un punto de vista urbano, incomprensible en el campo. El campo es la vida, el planeta, nuestro suelo, lo que nos hace y nos proporciona cuanto necesitamos. Urge cambiar la mirada y por tanto la forma de vida y por tanto la manera en que se valora lo que cada uno de nosotros hace o aporta. Desde Podemos estamos defendiendo un cambio social cuya base, por fuerza, tiene que ser el campo, sus usos, sus gentes, la imprescindible repoblación de provincias como la nuestra. Ahora vamos en dirección opuesta. Y solo la más absoluta ceguera puede seguir defendiendo políticas económicas que acaban con la vida rural, como estamos viendo día tras día en Zamora. Por eso va a venir Pablo Iglesias a uno de nuestros pequeños, modestos, casi invisibles pueblos a inaugurar la campaña electoral de las próximas elecciones. El mensaje es elemental, primario y sin dobleces: sin campo no hay vida, sin gente no hay campo, sin vosotros no puede haber cambio posible y va siendo hora de que el campo -de una maldita vez y por fin- dicte sus propias leyes.

(*) Secretario general

de Podemos Zamora

y Candidato al Congreso