El título no es mío. Se lo he robado a un compañero de fatigas en las tareas de gestión de los asuntos universitarios: Galo Sánchez Sánchez, director de la Escuela Universitaria de Magisterio de Zamora. El viernes por la noche, cuando disfrutaba de la entrevista que le habían realizado en un programa de la televisión local, cuando el presentador le dice que tiene que formular una pregunta sorpresa a quien vaya a ser entrevistado en el siguiente espacio, Galo sentencia: "¿Qué será de nosotros sin vosotros?". Al escucharlo, pensé: "La has clavado, amigo Galo". Inmediatamente recordé una de las premisas de partida que cualquier científico social nunca debe olvidar: somos seres sociales por naturaleza y, por consiguiente, es imposible que seamos sin los demás, aunque algunos, ¡ay!, puedan pensar lo contrario.

Todo esto me recuerda un viejo debate que surgió hace ya muchos años en una de mis clases en la Facultad de Ciencias Sociales. Cuando trataba de explicar a mis alumnos que era imposible vivir al margen de la sociedad, una de las alumnas inmediatamente levantó la mano para decir que no estaba de acuerdo conmigo, que los ermitaños o quienes decidían vivir solos ponían en entredicho los argumentos que yo mismo trataba de defender. Mi respuesta seguía insistiendo en que no somos nada al margen de los demás, que nos hacemos y construimos en compañía con los otros, con quienes compartimos el día a día. Y que estos argumentos valían para interpretar la vida de los ermitaños o la de quienes habían decidido abandonar, por los motivos que fueran, el barco de la vida social, como las monjas o los monjes de clausura. Recuerdo que le puse como ejemplo la experiencia de un viaje que terminaba de hacer, en aquellas fechas, a la ciudad de Soria, donde había visitado la ermita de San Saturio, en la margen izquierda del río Duero, la misma que Antonio Machado había recorrido con frecuencia.

En aquella ermita residía un ermitaño, cuyo nombre ha desaparecido de mi memoria. El susodicho estaba rodeado de un infinito número de artefactos que hablaban de la presencia de los demás, de los otros, es decir, de la sociedad. Allí estaban la luz, las velas y los libros. También había monedas. Los ropajes que le cubrían eran similares a los de cualquier mortal. Y los horarios de visitas indicaban que las personas de carne y hueso frecuentaban aquel lugar con asiduidad. Y aún hay más: yo mismo hablé con el ermitaño, es decir, entendía mis palabras, de donde se deduce que el arte de hablar, que se aprende junto a los demás, seguía pegado a su piel como un tatuaje que ya no se puede eliminar. Por tanto, la pregunta de Galo solo admite una respuesta: no seremos nada sin los demás, lo cual tiene unas implicaciones impresionantes: sin los trabajos compartidos o sin el apoyo y la complicidad de quienes nos rodean, no somos nada. Somos nosotros mismos gracias a los demás. Nos hacemos mientras convivimos y compartimos los escenarios más diversos de la vida cotidiana. Casi nada.