García Lorca escribió la obra de teatro "Así que pasen cinco años" en 1931, lo asesinaron cinco años más tarde. Cruel sincronía. Cuarenta años, casi, estuvo Franco en el poder, los mismos que esta semana se cumplen de su muerte. El final del franquismo supuso, al mismo tiempo, el comienzo de muchos otros procesos. Aquel colapso político permitió la aparición de las condiciones que iban a sacar a España del aislamiento internacional para llegar a la plena integración europea diez años más tarde.

Era jueves, las 7.45 horas de cada día que había clase, una música suave, apenas audible, salía por el altavoz del pasillo, en aquella residencia de los jesuitas. ¡Música clásica! Los otros tres compañeros de aquel cuarto sin puerta no despertaban, pero les tiré de la ropa para avisarles que hoy no sonaban los Rolling a tope, como otros días. Aquella melodía no podía significar otra cosa: Franco se había muerto por la noche. Al rato, un educador nos dijo que la radio acababa de avisar de la suspensión de las clases para los próximos siete días. Hubo voces y gritos de contento, que pronto fueron reconvenidos, pues se suponía que debíamos estar tristes. Hice rápido la bolsa de viaje, desayuné y a media mañana estaba en la estación de tren de Salamanca, el ferrobús con destino a Astorga me llevaba a unas inesperadas vacaciones en pleno noviembre. Me bajé en el apeadero de Saludes de Castroponce, nadie más lo hizo, pero allí estaba mi padre esperando. Respiré aliviado. Lo vi un poco triste, inquieto, no apenado, pero sí temeroso de los tiempos que vendrían, tan nuevos e impredecibles. Mis 16 años me hacían confiar en que nada grave sucedería. Me sentía optimista y no temía otro enfrentamiento civil en España.

Eran tiempos de esperanza y libertad. De la virtud teologal andábamos sobrados en la cuna del nacionalcatolicismo, aunque estaba más esperanzado con las expectativas que se nos abrían en el mundo, que en la gracia divina. Otra cosa diferente era el valor de la libertad. No sabíamos gestionar este principio fundante de toda moral. Fuimos a tientas, recorrimos con sobresaltos los años de la transición, debimos aprender rápido lo que otros países europeos fueron aprendiendo en décadas. Transitamos veloces sendas éticas y políticas que requieren más detenimiento y sabiduría. De ahí que ese mito de la Transición pueda ser hoy cuestionado. Quizás, por el tratamiento que han recibido asuntos fundamentales en todo estado de derecho. Se olvidó defender la aconfesionalidad del Estado, se ignoró a las víctimas del franquismo, decenas de miles en cunetas y fosas comunes, tampoco se preservó a la Administración Pública de corruptos y depredadores ni la ley se aplicó siempre con imparcialidad. No comparto, en cambio, las descalificaciones generales del "régimen del 78", pues, poco instruidos y sin entrenamiento posible, este país recorrió un trecho crucial de su historia con notables progresos.

No fuimos capaces de entender los síntomas de la podredumbre en los años ochenta y noventa. Con vergüenza y escarnio, aflora hoy la estafa y el chantaje al Estado de Pujol con Banca Catalana. Se consintió en el archivo del "caso Zamora", que de haberse juzgado nos hubiéramos librado del infausto Aznar y otros ladrones. Tampoco con Zapatero se controló la corrupción, ni la laxitud con los "nuevos ricos"; vivíamos una crisis económica dentro de otra política y social. El escenario ha empeorado en los últimos años con la pérdida de derechos laborales, la precaria recuperación económica y el ataque a los pilares básicos que sustentaban el estado del bienestar: educación, sanidad y dependencia.

Tengo la fundada esperanza de que sociedad civil, que está participando activamente en asociaciones, redes y otras formas de intervención pública, consiga protagonizar, 40 años después, los cambios necesarios para una vida mejor, para espantar ese nubarrón de negro futuro que anuncia tiempos peores para nuestros hijos.

Hace cuatro décadas nos enamoramos de la libertad, nos dio alas cuando apenas sabíamos volar, nos empujó a decidir sin casi discernimiento. Conocemos las amenazas que la ponen en peligro. Estamos reaccionando, ahora se trata de hacer un uso inteligente, ilustrado y ético de la misma. Aún tenemos un reto crucial por delante: conseguir progresar en el respeto a los valores de la moralidad colectiva. Son los referidos a la vida en común: igualdad, solidaridad, respeto, diálogo y por último, protección de los derechos humanos. Tenemos tarea.