Como en una carrera de atletismo de medio fondo, Rajoy sorprendió a sus competidores y, cambiando el ritmo de pronto, tomó una pequeña ventaja que al resto le va a costar recuperar porque solo quedan dos vueltas al circuito, noviembre y diciembre. Tras meses, por no decir años, de trote aburrido -la carrera legislativa es de cuatro años, salvo para Artur Mas que siempre las acorta- el presidente del Gobierno subió la velocidad y es posible que ya no la baje hasta entrar en la meta. Otra cosa es que sea suficiente para gobernar en solitario pero le concederá altas posibilidades de renovar el mandato. Se lo debe a Artur Mas.

La maniobra estaba advertida desde esta crónica gracias a la perspicacia del portavoz socialista Antonio Hernando quien aventuraba hace dos semanas que si antes del 20 de diciembre llegaba una grave provocación desde Cataluña, Rajoy la aprovecharía y eso podría ser determinante. Y vaya si llegó el desafío, fracturando el mismísimo consejo de gobierno de la Generalitat, al igual que a toda Cataluña. Artur Mas se echa al monte definitivamente aceptando un documento de desobediencia al Estado propuesto por la CUP, candidatura anticapitalista, sin ni siquiera conseguir que le garantizaran su reelección en el Parlamento. El conseller de Economía, Andreu Mas Collell -un especialista en Econometría de Harvard, que aun figura entre los candidatos al Premio Nobel- en plena reunión de gobierno, al conocer esa declaración, estalló: "Pero esto, ¿qué es?" Y abrió el fuego. Le siguieron Jané de Interior, hasta entonces siempre alineado con Mas, Santi Vila de Infraestructuras, quien además lamentó el grito de la nueva presidenta del Parlament, Carme Forcadell, con su "Viva la República catalana", y algunos otros. En el Consejo de Convergencia, la declaración no se ha votado "por falta de tiempo" y solo la conoció el reducido grupo directivo entre los que se encuentran algunos consejeros de fidelidad ciega. Convergencia, centro derecha catalán, se entrega así al independentismo radical que propugna la desconexión con España. Todo el mundo peleando por conectarse en la economía global en la que vivimos y Cataluña viajando en sentido contrario al querer desconectarse de España y, en consecuencia, de Europa y hasta de Naciones Unidas. Por si quedaban dudas, su secretario general, Ban Ki Moon advirtió el viernes pasado que "Cataluña no está entre los territorios con derecho a autodeterminarse".

Otra cosa es que pudiera celebrarse el ansiado referéndum que desean tres cuartas partes de los catalanes, muchos de ellos para decir "No" a la independencia, y cerrar este interminable capítulo de desestabilización. "Solución o represión", titulaba terminante en La Vanguardia Enric Juliana. Negociación, por supuesto. Sentido común siempre, pero el famoso "seny" catalan, esa sensatez para reclamar pero al tiempo para acordar, ya lo pulverizaron Mas y sus aliados. Sin embargo, a las pocas horas pidieron a Madrid un auxilio de 2.800 millones de euros para poder pagar la cuenta pendiente a las farmacias. De opereta.

Como si fuera la señal del cielo que esperaba, Mariano Rajoy se puso en marcha, convocó a los líderes políticos a Moncloa para explorar un frente antisecesionsita y recuperó el liderazgo de la batalla política. Pero, puestos a convocar, lo hizo selectivamente, dañando expectativas de unos y potenciando a otros. A Pedro Sánchez que estuvo en Moncloa el jueves, lo despacharon con una foto en la calle conversando con Rajoy mientras que Rivera y Pablo Iglesias fueron recibidos casi como jefes de Estado y se les permitió una rueda de prensa de una hora allí mismo. El resto de grupos quedan para la semana que viene, o atendidos por la vicepresidenta. El diseño que se propugna es claro: PP mayoritario, Ciudadanos fuerte para pactar y cuanto más Podemos, menos PSOE. Alguien maneja los hilos ahora con gran habilidad en el entorno de Rajoy.

La noche de las elecciones catalanas el director general en Barcelona de un laboratorio extranjero recibió una llamada en la que el máximo directivo mundial le preguntaba si debían trasladar su sede a Madrid. Se le respondió con preocupación pero pidiendo tiempo. Menos de cuarenta días después en Barcelona temen que la nueva llamada ya no sea para preguntar. Multipliquen por cien o por mil la situación. Eso es exactamente lo que pasa, pero no se dice.