Es vergonzoso lo que está ocurriendo con los refugiados que huyen de la guerra. Es vergonzoso comprobar el trato que los Gobiernos de países que se llaman a sí mismos democráticos y que estrellan su suerte en la bandera que es común a todos ellos dan a hombres, mujeres y niños que prefieren la incertidumbre de un camino hacia la nada, que el fragor de una batalla que no se libra en el frente, de una batalla que se libra en sus pueblos y ciudades, en sus hogares, en los colegios y hospitales bombardeados inmisericordemente.

Es verdad que la vida nos obliga a elegir caminos que nunca pensamos que tendríamos que recorrer. Estoy segura de que antes que las bombas estallaran cerca de los que huyen, jamás pensaron que caminarían con frío, bajo la lluvia, embarrados hasta las rodillas, con sus hijos sobre los hombros, soportando las inclemencias del tiempo, y la dentellada del hambre y la sed. Estoy segura de que cuando iniciaron ese camino incierto, los que eligieron la tierra, porque el mar ya se ha cobrado un tributo en vidas demasiado alto, jamás pensaron ser tratados de la forma que algunos países lo están haciendo.

¿En qué se diferencia lo que las noticias nos muestran cada día, con el éxodo de los refugiados de la II Guerra Mundial, huyendo de la barbarie nazi? Muchos de aquellos refugiados que escapaban de la ocupación de sus países en la Europa del este, tuvieron más suerte de la que tienen estas familias procedentes de Siria, de Iraq, de Afganistán, de Libia en esos mismos países. Recibieron más ayuda y fueron mejor tratados. El holocausto fue espantoso, pero en medio de ese espanto hubo más de un Schindler. Hubo más de "20.000 justos entre las naciones" reconocidos por Israel, cuántos de ellos españoles: Ángel Sanz Briz, Eduardo Martínez Alonso, Eduardo Propper, José Rojas, Sebastián Romero, que unen su nombre al del sueco Wallemberg o al del portugués Aristides de Sousa.

En esta página tan parecida que escribe la historia no hay ningún Schindler. Y vemos con horror a estos refugiados caminar de día y de noche, en un estado lamentable, precedidos por la policía que tiene órdenes concretas de sus Gobiernos. ¡Por Dios, por Alá, por quién sea! ¿Es que no pueden los caminantes disponer de un tren o de autobuses que los trasladen y en los que madres e hijos, algunos solo bebés, puedan descansar, puedan encontrar cobijo? ¿Pero es que a la vieja Europa no se le cae la cara de vergüenza? ¿Y al resto del mundo? A la ONU, siempre presta a ayudar de palabra, y solo de palabra.