Cada vez que se presentan, discuten y aprueban los presupuestos de las distintas instituciones arrecia el temporal y se destapa la caja de los truenos. No conozco ni un solo caso en que la oposición, sea cual fuere, haya reconocido aspectos positivos, o, al menos, pasables con aprobadillo ramplón. Tampoco sé de equipos de gobierno ni partidos que les apoyen que hayan dicho que sus cifras son mejorables. Para unos (la oposición) los presupuestos suelen ser malos, insociales, poco inversores, partidistas, faltos de credibilidad, electoralistas, etc, etc. Para otros (los que presentan los números) siempre son sociales, equilibrados, inversores, ajustados a las necesidades del lugar y el momento y añadan ustedes los adjetivos que quieran. ¿A quién creer? Como ocurre con frecuencia, cada cual cree a quien votó o a quien recoge o defiende sus intereses. Nada nuevo bajo el sol.

Sin embargo, y una vez pasado el furor que reina mientras se debaten los presupuestos, el asunto pasa a un segundo plano, como si todo el intríngulis residiera en el periodo que media entre la presentación y la aprobación, es decir mientras los ataques de unos, las defensas de otros y las diatribas de ambos acaparan titulares, protestas, tertulias y acusaciones. Y, por salud democrática, no tenía que ser así.

¿Quién comprueba que aquello que se ha aprobado se lleva a cabo?, ¿quién explica retrasos, aplazamientos y demás? Año tras año, la oposición ha denunciado en las Cortes de Castilla y León que el grado de ejecución de los presupuestos de la Junta no llegaba ni al 70% o al 60% o al 55%, dependía del ejercicio. Pero en esa misma sesión, el responsable de Economía o el portavoz del PP elevaban la cifra hasta el 90% o el 95%.

¿A quién creer si todos parecían manejar idénticos datos? Ingenierías financieras, desplazamientos de cifras de unos cuadros a otros, computación de datos en un lugar en vez de otro? en fin, trucos que pueden ser muy ingeniosos, pero que se nos escapan al común de los mortales y que, en definitiva, contribuyen muy poquito a beneficiar a los ciudadanos y a dar credibilidad a los políticos.

Las citadas denuncias también acostumbraban a referirse a otros matices preocupantes y peligrosos. Verbigracia: algunas partidas aparecían pero nunca se ejecutaban (la famosa y polémica incineradora de Guarrate) y otras, correspondientes a planes plurianuales) se iban retrasando o aplazando sine die? aunque también se aprobaban año tras año. ¿Dónde iba ese dinero? Pues, a otras obras o proyectos o necesidades que tal o cual consejería o el Consejo de Gobierno decidían. Seguramente (no quiero pensar mal) sí se invertían, pero no en aquello que habían aprobado las Cortes tras los encontronazos de rigor.

¿Cómo hacer un seguimiento puntual y riguroso de estos cambios? Imposible o muy complicado, según denunció la oposición en numerosas ocasiones, debido a la falta de datos, al ocultamiento y a la dificultad de vigilar día tras día la evolución, con su complejidad burocrática, de expedientes, adjudicaciones, plazos y otras minucias. Y de todo eso el hombre de la calle apenas si se entera. Tampoco se lo ponen fácil si quiere enterarse de los pormenores de los presupuestos de sus instituciones. Constan de tantos apartados, capítulos, cifras, porcentajes y demás que solo los superexpertos en Economía pueden descifrarlos. Por eso no deja de ser chocante que cualquier procurador o diputado, aunque no haya pasado del COU, se ponga a opinar de los proyectos presupuestarios a la media hora de recibirlos. Y eso que suelen constar de varios tomos o de cientos de páginas de ordenador con sus cuadritos, sus gráficos, sus flechitas? Uno se queda con la boca abierta y le entran ganas de reír, por no llorar, al oír ciertas valoraciones (para bien o para mal) llenas de tópicos, lugares comunes y repeticiones de lo dicho el año anterior.

Otras veces, la sorpresa es aún mayor. Por ejemplo, el presupuesto de la Consejería de Agricultura y Ganadería para el 2016 baja casi un 25% respecto al año pasado. El campo se ha puesto a temblar. No hay por qué, hombre. La consejera, Milagros Marcos, ha dicho que ese descenso no influirá negativamente en el sector. Como lo oyen. Ya se lo advertí: a la hora de valorar los presupuestos vale todo.

Y un recordatorio final: enfádense cuando oigan a alguien, al que sea, hablar de "nuestros" presupuestos o del dinero que se va a gastar como si fuera suyo o de la institución correspondiente. No, el dinero no es suyo, ni de la Junta, ni del Gobierno central, ni de la Diputación, ni del sursuncorda. El dinero, ese sobre el que discuten y el que manejan, es de los ciudadanos, de la gente, de quien paga impuestos. Es "suyo" pero no suyo de ellos, sino suyo de ustedes, de todos nosotros. Ojito.