El chicle, esa cosa que se veía masticar a los norteamericanos en las películas en tecnicolor, debió llegar a España allá por el comienzo de los cincuenta y pronto se puso de moda, sobre todo entre los adolescentes. Eran unas barras de goma de mascar de color fresa y con intenso sabor a lo mismo, duras y que pronto solían cansar a quienes se las metían en la boca, no se sabía muy bien porqué ni para qué. Con el paso del tiempo, los chicles fueron adquiriendo otras supuestas funciones y utilidades y su consumo se mantiene muy vivo en toda clase de públicos.

Especialmente, entre los entrenadores de fútbol que suelen dirigir a sus equipos desde la banda sin dejar de mover las mandíbulas, dándole al chicle sin parar. Es como una tradición en el sector, lo mismo que vestirse casi de etiqueta en un estadio donde los jugadores van de corto y los aficionados con camisetas del club. El que fuera durante las dos anteriores temporadas técnico del Real Madrid, el italiano Ancelotti, se convirtió a través de la televisión, en ese tiempo, en una especie de icono del ser humano adicto a la goma de mascar dada su dedicación al chicle, empalmando uno con otro, lo mismo que los fumadores de antaño, aquellos con los dedos manchados de nicotina, encendían un cigarrillo con la colilla del anterior.

Pero resulta que no solo los entrenadores gustan de este hábito del que se suele afirmar que su mayor efecto es ayudar a calmar los nervios, sino que los alcaldes, algún alcalde, también participa de tal afición o adicción. Alcalde del cambio, por supuesto, según ha denunciado el grupo del PP en el Ayuntamiento de Valladolid, que ha expresado en rueda de prensa su malestar con el regidor municipal pucelano afeando públicamente su costumbre de pasarse los plenos sin dejar de masticar chicle, continuamente. Un espectáculo insólito, realmente, que parece que ha molestado al banquillo popular que es ahora oposición después de muchos años.

El alcalde del chicle, Óscar Puente, del PSOE, ha replicado enseguida, con una explicación aceptable, pero que ha dejado tan perpleja a la ciudadanía como la misma denuncia, al decir que lo hace, lo de mascar la goma, por evitar a sus compañeros de la Corporación una inevitable halitosis. Ante lo cual parece que ya nadie ha tenido nada que decir, tal vez porque la máxima autoridad municipal de la capital de la región, añadió a sus explicaciones que, para evitarlo, a partir de ahora dejará las barras de chicle y se hará consumidor de las tradicionales pastillas Juanola, que además curan la tos.

A lo mejor puede que eso de ver al alcalde masticando chicle continuamente resultase poco serio cuando menos, pero todas estas críticas, con o sin razón, que se están prodigando contra los gobiernos locales de izquierdas recuerdan aquel viejo dicho del diablo que no tiene qué hacer, o qué decir, y espanta moscas con el rabo. En Zamora, en vez del chicle, acusan a Guarido de postureo, toma ya, mientras en las grandes capitales tratan de encontrar motivos los del PP para criticar a sus sucesores, sin encontrarlos apenas, entre otras razones porque los nuevos solo llevan tres meses en el desempeño de sus funciones.