Ustedes tienen un problema y ese problema se llama tres por ciento", espetó el presidente Maragall a la oposición en la sede del Parlamento de Cataluña. Era el 24 de febrero de 2005. Estaba acusando a CiU de cobrar comisiones por la adjudicación de obras durante el anterior gobierno, presidido por Jordi Pujol. Han pasado más de diez años y las cloacas han aflorado su inmundicia política, económica y moral. Hace unos días la Guardia Civil registró la sede de Convergencia y la de una fundación muy vinculada a este partido nacionalista. También se han llevado documentación de varios ayuntamientos gobernados en su día por el partido de Artur Mas. Aquella advertencia del presidente socialista de la Generalitat se convierte hoy en denuncias y declaraciones de todo tipo; entonces no ocurrió así, el señor Mas amenazó con boicotear el Estatut que se estaba tramitando y no saldría adelante sin el apoyo de CiU, motivo por el que Maragall tuvo que rectificar e incluso pedir disculpas en el Parlament, pues los nacionalistas se habían querellado por "injurias y calumnias". El escenario en Cataluña y España es dantesco. La desafección por los políticos es inmensa, la corrupción afecta a partidos, instituciones, empresarios y a cualquier persona relacionada con la vida pública. En la autonomía catalana pasa todo esto, aunque a mayores viven en una zozobra independentista, de consecuencias imprevisibles; los daños ya están siendo graves: en la convivencia ciudadana, en la vida económica y en el aumento de las desigualdades sociales. Allí, los gobernantes han eliminado de su agenda la atención de las necesidades de la población, en ella solo aparece la matraca del proceso para convertir Cataluña en un estado independiente.

Me pregunto por qué el gobierno socialista en Cataluña y en España, entonces presidido por Zapatero, consintió en el chantaje haciendo impunes a los corruptos y dando alas, convertidas hoy en garras, a los nacionalistas. ¡Qué inmenso error! Supongo que auspiciado por las "razones de Estado", que a menudo esgrime el expresidente Felipe González. Esta semana vuelve a las portadas, de la mano del otrora "diario independiente de la mañana", para advertirnos de una sarta de obviedades y de lugares comunes que apenas han satisfecho a politicastros del PP y a socialdemócratas descafeinados. Se permite el tal autodenominado "jarrón chino" algunos dislates estúpidos, como la comparación del escenario catalán con la Alemania de los años treinta y el auge del nazismo. Nos gustaría mucho más escuchar qué nos tiene que decir del señor Pujol y familia, clan corrompido y enriquecido gracias a que el gobierno socialista, que él presidía, paralizaba o impedía cualquier investigación de la fiscalía que pudiera perjudicar a Convergencia Democrática o a su líder. El señor González le protegió, unas veces porque le necesitó para gobernar y otras para mantener equilibrios y silencios, seguramente inconfesables.

Después de arruinar Banca Catalana, Pujol, entonces presidente de la Generalitat, y el consejo de administración del banco son acusados de "apropiación indebida, falsedad, etc.", pero la Audiencia Territorial de Barcelona se negó a juzgarles. Los indicios eran fuertes pero su poder era mayor. Se convierte en intocable y desde aquel 1984 siempre que se criticaba o cuestionaba su gestión, él se envolvía en la bandera estelada y denunciaba que el gobierno central estaba atacando la honorabilidad de Cataluña. Por esto tragó Felipe González, Aznar, Maragall y tantos cargos políticos y judiciales como para enrojecer de vergüenza e indignación.

Para acabar de rematar este litigio, aparece el PP, con su ariete deslenguado, el portavoz Hernando, y su candidato en las elecciones catalanas, una especie de Frankenstein político, llamado García Albiol, proponiendo que el Tribunal Constitucional multe o sancione a quienes incumplan sus sentencias. Un despropósito más que servirá para que los esquizofrénicos independentistas encuentren sentido a su estupidez. En resumen, unos pazguatos ultraderechistas insuflan razones de ser a ultranacionalistas, muy deprimidos por la corrupción de sus dirigentes.