Por desgracia, se confirma la tendencia al alza de víctimas mortales en accidentes de circulación que comenzara ya a detectarse y a alarmar el año anterior. No es que la Dirección General de Tráfico, ni sus funcionarios, hayan relajado su atención, ni que las medidas adoptadas últimamente no hayan dado buenos resultados, sino que las causas hay que buscarlas y encontrarlas más bien en otras circunstancias exógenas condicionantes.

Tras la tregua que parece haber dado la crisis, aunque no se haya salido de ella ni mucho menos, es fácil comprobar un mayor número de vehículos en carreteras y autovías, una mayor densidad de circulación rodada, y también una mayor despreocupación en los conductores, dada la renovación del parque automovilístico que las estadísticas confirman, gracias a que los bancos se han decidido a abrir un poco la mano con los créditos al consumo, y dado, igualmente, el descenso producido, sobre todo en el curso del año 2014 y lo que va del actual, del precio de los carburantes.

Todo puede haber influido. El caso es que la gasolina ha alcanzado esta semana su valor más bajo desde 2009, como consecuencia de que el barril del petróleo ha descendido en estos meses un 57 por ciento, hasta llegar a poco más de los 38 euros. Pero aunque siga estando en niveles más bajos que la media europea, lo cierto es que, mientras la materia prima descendía a la mitad de su valor, la caída de los precios de gasolinas y gasóleos en España apenas si llegaba al 12 por ciento en el primer caso y al 17 por ciento en el segundo, en todas sus variantes.

Lo que ha originado, de nuevo, el desconcierto y la indignación de los consumidores que, en buena lógica, no pueden entender como lo que se compra por un 57 por ciento menos de precio que hace un año, solo repercuta en un 12 por ciento en el usuario final. Hasta que, claro, se acaba comprendiendo que lo que pasa con el petróleo es exactamente igual a lo que sucede con la luz: son los impuestos lo que encarece tremendamente la factura. Y en proporciones muy similares, además. En la misma línea de los grandes "trust" de servicios básicos como el agua y las comunicaciones.

En cada litro de gasolina, y aparte de la normal ganancia del distribuidor, y de los gastos de refinamiento y transporte del crudo, y del petróleo mismo, el resto de lo que se paga, más de un 40 por ciento, son impuestos indirectos que van a engrosar las arcas del Estado, que son las principales beneficiadas por este descenso de los mercados internacionales de hidrocarburos, dado que la producción propia, que la hay, aunque resulte meramente testimonial, no llega ni al 0,5 por ciento del consumo. Tasas especiales sobre carburantes, tasas de las que participan las comunidades autónomas -recordemos el ilegal céntimo sanitario cobrado durante años- y por si ello fuera poco, el IVA del 21 por ciento, por supuesto. Es casi imposible así que el bolsillo del usuario note la rebaja en origen de los productos petrolíferos, aunque mejor sea algo que nada también en esto, siguiendo la filosofía práctica del Gobierno.