Polémica a la vista en el Ayuntamiento de Zamora, apenas iniciada ahora, pero que puede ir a más porque siempre habrá quienes se encargarán de su reactivación a medida que pasen los días, aunque la cosa, en realidad, ni tiene importancia ni tiene vuelta de hoja. El motivo es la conmemoración oficial de la festividad de la Virgen de la Concha, patrona de la ciudad, que en los últimos tiempos venía celebrándose en el salón de plenos del Consistorio bajo la presidencia de la primera autoridad municipal. Y es que el alcalde, Guarido, ha anunciado que no asistirá, aunque delegará su presencia, y reiterando que, salvo caso excepcional que pueda presentarse, no asistirá a ningún acto de carácter religioso.

La reacción de la cofradía de La Concha ha sido una muestra de la discreción y el señorío de su presidente, Florián Ferrero, quien, sencillamente, ha declinado el Ayuntamiento como escenario de la conmemoración, trasladando los actos a la iglesia de San Vicente, a la vez que lamenta que el asunto se pueda utilizar como enfrentamiento político. Entiende, en buena lógica, que no tiene sentido celebrarlo en la Casa Consistorial si el alcalde no va a asistir. De modo que, finalmente, la festividad vuelve al lugar natural de una actividad religiosa, a un templo, donde se espera que pueda haber una representación del equipo de Gobierno municipal. Cada cual en su lugar.

Como era de prever, lo sucedido ha sido aprovechado por el grupo del PP que se ha dado prisa en salir en defensa de los valores tradicionales, aun sin querer entrar, aseguran, en las creencias religiosas de cada cual, ocupe el cargo que ocupe. Pero entienden que el alcalde debe representar a su ciudad y que no hacerlo supone un desprecio a todos los zamoranos. Lo de todos es una tremenda exageración, pues basta con ver el limitado número de asistentes a estas celebraciones, sean donde sean. Resulta una postura lógica en el PP, anclada parte de su dirigencia a las formas más rancias del nacionalcatolicismo. A algún antiguo dirigente popular, procedente del franquismo, se lo oyó decir, ya en democracia, que no estaba en su cargo solo para presidir procesiones. O romerías, o cultos, o tradiciones, que de eso siempre ha habido bastante en Zamora, aunque no hubiese progreso ni desarrollo, ni industrias, ni puestos de trabajo, lo que hacía y hace a los paisanos tener que emigrar en busca de posibilidades laborales.

Lo curioso es que, realmente, las relaciones y la convivencia entre la Iglesia y el Estado parten del respeto mutuo, de la comprensión, del diálogo, y sus relaciones oficiales y oficiosas son, salvo casos puntuales, siempre presididas por el entendimiento. El Gobierno, todos los Gobiernos, han sido muy conscientes de que el 75 por ciento de la población española se declara católica y han procedido en consecuencia con un trato que desde otras confesiones, minoritarias, se califica de privilegiado, aunque solo sea acorde con la sociedad. Pero en un Estado aconfesional, los caminos de ambas instituciones han de ir por separado, aunque sea en paralelo. De hecho, los nuevos Gobiernos municipales de izquierda coinciden casi todos en esta separación de roles, que no tiene por qué significar ningún trauma ni ruptura.