Era alto y flaco, al estilo de los modelos del Greco, con una barba larga y canosa, y unos ojos que expresaban algo parecido a lo que podía llegar a ser una sensación de cólera. Lo había encontrado, de manera casual, mientras paseaba aprovechando la sombra que ofrecían los pinos del bosque de Valorio. Porque era verano y en aquellas horas tempranas de la mañana el sol todavía no había comenzado a hacer estragos.

Por su aspecto podía llegar a pensarse que se tratara de un mendigo, o en su defecto de un peregrino que prefiriera seguir las huellas de otros a dejar marcadas las propias en el borde de los caminos. Desde el primer momento se estableció entre ambos un entendimiento y simpatía que con el paso de los minutos iría aumentando.

Hicieron juntos el paseo y quedaron maravillados por la variedad, tamaño y belleza de las mariposas que revoloteaban por las cercanías del arroyo. Las había de distintas formas y colores y sus aleteos gráciles y las manchas de luz que despedían cuando se posaban en alguna hoja impregnaban el aire de hermosura. Había algunas cuyas dimensiones escapaban al conocimiento de quienes no habían conocido otras tierras, donde contaban que la naturaleza se mostraba mucho más exultante.

El personaje parecido a las figuras del Greco, se le dirigía, en todo momento, guardando las distancias, sin permitirse el uso de la confianza que, sin duda, iba surgiendo, a medida que iba transcurriendo el tiempo. Tampoco salía de su boca ninguna vulgaridad, ni comentario descalificatorio alguno, cuando le refería anécdotas misteriosas o dramáticas de conocidos personajes con los que había tenido relación durante los años que había ocupado cargos de responsabilidad.

Fue el primero en explicarle la diferencia entre los politicastros y los políticos. Los primeros eran aquellos que para el entonces jefe del Estado se dedicaban -o mejor dicho, en pasado, se habían dedicado- a la política durante la República. Era esa una forma despectiva de desacreditar a los vencidos y advertir a quienes pudieran estar pensado en dedicarse a esas funciones cuál era su posición, cosa que entonces no llegaba a extrañar a nadie ya que se ponía en boca del general aquello que habría dicho a uno de sus incondicionales "Hágame usted caso, haga como yo, no se meta en política". Claro, que en el momento en que sucedió esta historia había en el país una dictadura de tomo y lomo, que el régimen de entonces se empeñaba en maquillar llamándola democracia orgánica.

Llegado el momento, justo cuando estaban sentados sobre la barandilla del Puente Croix, se atrevió a confesarle que los políticos eran aquellos que no había en el país, en aquel momento, porque estaba prohibido hablar de política y resultaba peligroso intentar hacerla; que para saber lo que era eso había que ir a Francia y, a ser posible, a Inglaterra.

Han pasado muchos años desde entonces, aunque aun sigan existiendo ciudadanos que continúan usando ese mismo término peyorativo, u otros peores, para referirse a la clase política, como también existen muchos políticos que no hacen honor a tal título, al de político. Y digo título, que no profesión, porque si de una profesión se tratara la sociedad estaría abocada a la alienación y al aburrimiento. De manera que no parece una buena idea dar motivos para abonar ese peligroso huerto que pueda remitirnos al pasado. Así que el panorama que ahora pinta -el de los Gürtel, ERE, Pujol, Púnica, tarjetas black, Bárcenas y tantos otros - debería desaparecer por completo, ahora que aún estamos a tiempo, porque de no ser así desaparecerían los atardeceres hermosos, esos en los que se empalidece el azul del cielo y llega a acentuarse el tono rojizo del horizonte.

Mientras tanto, por ahí se oyen eslóganes en los que se intenta desacreditar la transición democrática; se pone en duda la validez de la Constitución; se dice que hay que saltarse determinadas leyes si no llegan a interesar; se afirma que todos los políticos son iguales, iguales a los que han sido pillados con las manos en la masa. Y eso puede llegar a ser muy peligroso; porque de seguir en esa línea quizás algún día alguien podría tener la ocurrencia de sacar a relucir, de nuevo, lo de los politicastros; y lo del "Hágame usted caso?", y llegado ese momento habría que volver a pasear por Valorio con la esperanza de encontrar a un hombre alto y delgado que nos contara esta historia; esta, u otra parecida; o a cualquier otro personaje dispuesto a rellenar el espacio en blanco de un papel.