No solo España tiene graves problemas de despoblación pues parece que, según los datos, parte de la vieja Europa sufre esta misma grave lacra, que se acentúa en las regiones tradicionalmente más deprimidas y lejos de los mínimos de convergencia marcados comunitariamente por la CE. Pero el mal de muchos de ningún modo puede servir de consuelo en nuestro país a una situación que vienen afrontando todos los gobiernos sin que ninguno de ellos, ni siquiera apenas en las épocas de mayor bonanza económica, haya sido capaz de paliar un éxodo emigratorio que viene de siglos atrás debido a las condiciones sociales y laborales que de siempre ha originado la marcha y la subsistencia lejos del territorio propio.

En España hay regiones que nunca han dejado de estar despobladas debido a la continua diáspora de sus habitantes, siendo Extremadura, Galicia y Castilla y León las más afectadas a través de la historia, regiones que en algunos casos y puntos geográficos rozan ya la desertización técnica, caso de Zamora, lo que lleva tiempo haciendo sonar las sirenas de alarma pues las expectativas son cada vez peores a medio plazo y sin que se vislumbre por ahora ninguna respuesta eficaz. Aquí, en la región, la Junta de Castilla y León no ha hecho otra cosa que dar y seguir dando palos de ciego con más voluntad y retórica que acierto, mientras que la crisis ha agudizado profundamente el desequilibrio producido, con unos índices muy bajos de natalidad, pese a un reciente repunte que en lugares como esta provincia no se ha dejado notar, y por el otro lado con una población cada día más envejecida, sin apenas niños y con muchos ancianos. Porque la juventud, salvo la que ha encontrado acomodo profesional en las labores del campo, en la agricultura o la ganadería, no ha tenido más remedio que irse en busca de trabajo y oportunidades. Zamora triplica la media nacional de pérdida de población joven. Pueblos casi vacíos, salvo en los meses de verano, cuando vuelven por unas semanas los que se fueron, ayuntamientos de unos pocos cientos de habitantes, y un futuro de horizontes muy estrechos. Los gobiernos regionales y el Gobierno de la nación enredan con el asunto de cuando en cuando, levantan la voz, claman por soluciones, pero el trueno se pasa, el eco no retumba y las cosas quedan como estaban pero cada vez con menos gente.

Esto sucede también en otros territorios de la desarrollada Europa, donde la situación ha sido y es siempre la misma que por aquí, lo que tampoco deja de preocupar a sus dignas autoridades. Como ha ocurrido en un pequeño pueblo de Calabria, lugar tradicionalmente alejado del progreso italiano, y cuyo alcalde, médico de profesión por más señas, ha decidido que no pueden seguir perdiendo población, porque ello significaría desaparecer del mapa, sencillamente. De modo y manera que no se ha andado por las ramas y aunque el 60 por ciento de la vecindad tiene más de 75 años, ha firmado un decreto prohibiendo morirse. Así de fácil, pero no solo eso, porque además ha puesto en marcha todo un sistema sanitario de atención que comprenderá un seguimiento personalizado de qué vecinos cuidan su salud y quiénes no lo hacen. Y a estos últimos, se les subirán los impuestos. Claro que mejor es no dar ideas a la Junta en este sentido.