La España que asombra por su diversidad se ve azotada ahora por los efectos del calor insufrible. Y nuestra provincia, que es parte entrañable de España, también está asada y sedienta, inmersa en incendios y sin agua en algunos de sus pueblos, que no sufren falta de agua en invierno; pero que en estos días tórridos de julio han visto desaparecer las venas de agua que los mantenían vivos y han tenido que apelar al socorro mecanizado de la Diputación. Y para que la extrañeza sea más experimentada, esta ausencia del líquido elemento ha llevado consigo el incendio y la sed a la parte más abundante en agua y la vegetación que la manifiesta pujante. El incendio que ha durado once días y del que, según las noticias, nadie es autor ni, tampoco, puede nadie hacer que se llegue a conocer el verdadero culpable. Será este, sin duda, uno de tantos casos que se dan en España en los que un devastador incendio, tal vez provocado, queda sin castigo, o al menos susto, para quien lo provocó. Al principio se señaló, sin culpa, a la utilización de una máquina útil para un agricultor; hoy, negándolo él y desconociendo un testigo la identidad de la persona que se alejaba, se desconoce quién provocó el incendio que se extendió por unas mil hectáreas de pinar. ¡Ojalá los árboles no hayan resultado muy dañados y el mal solo se haya llevado consigo la maleza que, por desidia, abunda en este y en otros lugares poblados de árboles!

Pero no quiero hoy fijarme tanto en el incendio de la Raya como en la sequía que obliga a la Excma. Diputación a proveer de agua potable a pueblos como Tardobispo. Es hoy de obligada atención algo tan corriente en la actualidad, como lo que hubiera sido un milagro en mis tiempos de niño. En aquellos lejanos años hacer girar un grifo y que surgiera un chorro de agua en cualquiera de las casas de los pueblos de Zamora se consideraría poco menos que un milagro. El "agua corriente" se daba entonces en el arroyo que bordeaba al pueblo o en el padre Duero que la llevaba a toneladas; las poblaciones pequeñas tenían que utilizar los profundos pozos, bastante abundantes; o se veían en la necesidad de acarrear el agua desde el riachuelo vecino. Era un lujo, semejante de lejos al "milagro" del agua corriente, tener un pozo en la propia casa, como ocurría con el pozo medianero -todavía lo he podido ver el día de La Hiniesta del año pasado- que se compartía con los vecinos de la casa anterior.

Quizá sea una abultada exageración comparar lo que ocurre en los sedientos pueblos de España, en la época estival, con lo que podemos contemplar a diario en la televisión, tomado en fotografía en los poblados de África. Pero "mutatis mutandis" algo sí se le parece. Las posibilidades utilizadas por la Excma. Diputación consiguen que solo unos metros medien entre la plaza, donde estacionan el camión cisterna, y los domicilios de los vecinos que acuden a llenar sus vasijas con el preciado líquido. Bastante alejado se ve esto de los kilómetros que vemos recorrer a los africanos de los pequeños poblados alejados del punto donde hay agua; pero haciendo trabajar a nuestra imaginación podemos establecer la, insignificante casi, comparación. Yo he hablado arriba de "milagro". ¿Cómo llamaríamos al hecho de que un día, como por arte de birli-birloque, en alguno de esos puntos secos de África surgiera un manantial que los proveyera del agua tan escasa y lejana hoy día? Seguramente muchos hablarían de "milagro". Pues eso veo yo en el hecho de que, en un pueblo donde los vecinos tuvieran que hacer un recorrido de metros, la técnica aplicada proveyera a los domicilios del grifo que arrojara agua a raudales para cubrir todas las necesidades. No quiero pensar en el despilfarro que nos conduce a tirar, de una manera u otra, el agua que en otros lugares ansían.

La situación de nuestros pueblos, zamoranos y de otras regiones de España debe servir no solo para compadecerlos y desear que se les solucione muy pronto el problema; sino también para que, en lo sucesivo, valoremos más lo que tenemos y demos al agua la importancia que merece. Ver a nuestros paisanos carecer del agua que precisan ha de conducirnos a no tirar la que nos sobra, por nuestra fortuna de vivir en la España bien provista de agua.