El fantasma griego empieza a asomar en la campaña electoral catalana. "Por ese camino Artur Mas puede llevarnos a Grecia", declaraba a RNE Xavier Garcia-Albiol, nuevo candidato sorpresa del PP catalán. Albiol, que suena menos duro de oído que leído, es la apuesta arriesgada de Rajoy, una de esas decisiones que acaban siendo la gran idea brillante o el gran fiasco.

Ha sido el primero en atreverse a pronunciar la temida palabra "Grecia" en una Cataluña en la que el todavía presidente Mas ensaya una especie de PRI mexicano. Presentar su candidatura -la mal llamada "única"- en el Palacio de la Generalitat es una inadmisible mezcla de institución y partido, habitual en países con bajo nivel democrático. Si Mariano Rajoy, o cualquier presidente de Gobierno español, presentara su candidatura en la Moncloa, se hubiera incendiado la prensa. Pero la docilidad catalana va desde la mayoría de medios subvencionados a los propios partidos políticos de oposición que han perdonado, otra vez, la frecuente fusión de lo institucional y lo partidario en Cataluña, que pasa por una televisión publica capaz de organizar un debate sobre la independencia sin invitar a quienes no la aceptan.

"No creo que la Unión Europea trate mejor a Cataluña que a Grecia", ha dicho Luis Rabell, el candidato a la Generalitat del conglomerado ICV-Podemos. La afirmación tiene varias interpretaciones, pero ninguna positiva para Mas porque Grecia es equivalente hoy a riesgo de impago de las pensiones, penuria popular y posible salida del euro.

El independentismo creó una ficción, "Cataluña como Dinamarca", y la ha alimentado con ayuda de una legión de intelectuales untados por la Generalitat y otros ingenuos, pero la Unión Europea ya ha reiterado que, en una eventual independencia, el territorio desgajado de España no sería admitido como nuevo Estado. Se contraatacó con la "Cataluña como Kosovo" si se proclamaba unilateralmente la independencia, que es justamente lo que Mas y Junqueras proponen. Y ahora Grecia se abre paso en el debate como imagen indeseada de decadencia económica.

Nadie lo cuenta mejor que un sensato conseller de Mas, en privado, por supuesto: "Se proclama la independencia un domingo electoral, el lunes no pasa nada y en pocas semanas el bono de la Generalitat es basura en los mercados por lo que, sin financiación, no se puede pagar la nómina de funcionarios y pensionistas a fin de mes. Entonces nace el partido de la reunificación con España que, después de una amarga crisis económica y política, gana las elecciones". Palabras textuales. Es decir, Cataluña pasando por Kosovo y quizás Grecia volvería a España. Lo de Dinamarca queda en una ficción literaria para la agitación independentista.

Si los electores catalanes no lo evitan, esa es la hoja de ruta realista, bien distinta a los cánticos del increíble dúo Mas-Junqueras con músicos y folclóricas. En Cataluña hoy es tal la tensión y la fractura creada, que a las personas y las opciones sensatas les cuesta hacerse oír. Por ejemplo, la Unió Democrática de Duran i Lleida y de Espadaler, recién apeada de la cuadriga de caballos desbocados hacia la independencia. Proponen un catalanismo sereno, defienden que hay votar en referéndum la independencia de Cataluña, pero para apostar ellos por el "no", y quieren recuperar el "seny", el sentido común, que hizo próspera y moderna a Cataluña. En su lista por Barcelona, han incorporado como número tres a Marta Plana, una joven emprendedora tecnológica, con setenta empleados ya, que dice en voz alta lo que otros empresarios catalanes, salvo excepciones, solo se atreven a decir en privado: que hay quien está trasladando su sede social fuera y que muchos ya tienen diseñado el plan de salida si Mas y Junqueras triunfan.

A esas voces públicas escasas -ya desaparecido el gran José Manuel Lara- comienzan a unirse algunos periodistas que tienen dolor de corazón de consentir con su silencio el peligroso circo montado. Por ejemplo, Xavier Vidal-Folch que tituló en "El País" un gran articulo, "La Mas-carada", o Enrique Hernández, director de "El Periódico", con una pieza antológica articulada en torno a la frase, "No nos señaléis". Esa es la clave: los partidarios del independentismo señalan acusando y acaban por amedrentar a quienes no lo aceptan, con apoyo de las instituciones políticas y de sus medios subvencionados. Ya ven: nada de Dinamarca, un posible Kosovo, la temida Grecia en el horizonte y el peor México en las prácticas políticas.