Tres historias han llamado mi atención esta semana. La primera se desarrolla en la localidad de Granja de Moreruela. Los vecinos han enviado un escrito al obispo de Zamora quejándose del traslado del cura actual a otra localidad. Su sustituto llegará desde Bretó de la Ribera. Sin embargo, no aceptan el cambio porque están enojados con el cura de Bretó debido al conflicto que se desató hace unos meses por el traslado a dicha localidad de la virgen que se venera en la ermita del Puente Quintos. Como los vecinos de Granja no fueron consultados, los ánimos se enervaron. Por tanto, era previsible la reacción actual de los feligreses de Granja contra el cura de Bretó. Y lo incomprensible es que el obispo de Zamora haya mostrado tan poco tacto en la gestión de un asunto que va más allá de lo meramente religioso. Aquí pesa la idiosincrasia particular de los pueblos. Y el obispo, según parece, no se ha enterado.

La segunda historia tiene como protagonista al alcalde de Ador, localidad de la comunidad valenciana, quien en un bando municipal ha recomendado a los vecinos respetar la hora de la siesta. Muchos no han entendido el particular edicto y se han mofado del mismo. Fuera de nuestras fronteras se ha llegado a insinuar que forma parte del particular carácter español, propenso al descanso y, por consiguiente, a la vaguería. Lo incomprensible, sin embargo, es que dentro de nuestras fronteras, habituados como estamos a la siesta, algunos hayan escrito o difundido cosas semejantes. No me extraña que dichas reacciones hayan causado malestar en el pueblo. Por lo que se ve, otra vez nos topamos con el desconocimiento y el significado de un hábito cultural arraigado en nuestra historia. Pero como la ignorancia es muy osada, no me extraña que los listillos de turno hablen. Menos mal que científicos de reconocido prestigio han avalado las bondades de la siesta. ¿Qué sería de algunos sin la dichosa siesta? Pues casi nada. Y como ejemplo, el que escribe.

¿Y qué sería del futuro de los pueblos sin la puesta en marcha de nuevos proyectos e iniciativas de desarrollo rural? Pues ídem: nada de nada. Por eso, la tercera historia es muy importante para esta provincia y, en particular, para la localidad de Almendra de Alba, donde la joven Nuria Álvarez, animada por las ayudas a la primera instalación de la Junta de Castilla y León, se ha arriesgado a poner en marcha una explotación ecológica de frutos silvestres, con moras y frambuesas. Siendo como somos una provincia con escaso espíritu emprendedor, reconforta comprobar que hay savia nueva en Zamora, jóvenes con iniciativa que, a pesar de las dificultades, se lanzan a la aventura, como Nuria. Ojalá otros jóvenes decidieran dar un paso similar. Sabemos que en esta provincia hay recursos para poner en marcha nuevas empresas. Y también conocemos que falta espíritu emprendedor, al contrario que en otras regiones españolas. Nuria, sin embargo, es una excepción. Yo me alegro no solo por ella, sino porque puede ser un magnífico ejemplo para todos.