Las villas y las ciudades, además de su topónimo, tienen una cronología y, dentro de ellas, unas fechas destacadas, a veces clave, tanto que sin ellas no hay historia. Repasar la historia de la villa de Alcañices es adentrarnos en lo más profundo de los tiempos medievales por un lado y, dentro de estos, la célebre fecha del Tratado, sin olvidar a los templarios.

Avanzando más rápidamente llegamos a los franciscanos y con ellos, la cabecera del marquesado. Ese gesto, único y posiblemente irrepetible, mantuvo a la Corte de París desde septiembre de 1868 a enero de 1874 cargando sobre sus espaldas la friolera de 56 millones de reales que debía a los prestamistas y que supuso el final de su patrimonio. Nuestra villa, dentro de ese mundo mariano tan arraigado como firme, al que hemos de añadir sin exageración alguna esa rica atracción que ejerce el entorno geográfico y a la vez humano que hacen de ella referencia obligada demostrada en cada una de las celebraciones que tienen lugar a uno y otro lado de la Raya.

Este año hemos visto que, junto al vicealcalde de Vimioso, Antonio Torrao, se ha producido una gran afluencia de vecinos hermanos portugueses dando y enriqueciendo a la vez con su presencia la categoría y la destacada hermandad a lo largo de toda la fiesta, una de las siete hermanas que unen la frontera al margen de las marras y de las mugas.

La villa tiene que dar el pistoletazo de salida y la fiesta como conjunto. Le sobra historia y trascendencia para notas más altas teniendo en cuenta su proyección de futuro.