Stephen Hawking teme a la inteligencia artificial. Freud diría que tiene complejo de inferioridad. Y eso que está considerado como una de las personas con más cerebro del mundo.

El astrofísico británico considera que la inteligencia artificial evoluciona con más rapidez que la humana así que llegará el día en que los robots nos superarán. Y nos dominarán: ese es el verdadero núcleo del asunto.

Bueno, la verdad es que las utopías al respecto son muy antiguas. Y a estas alturas está fuera de toda duda que los ordenadores ganan a los ajedrecistas. No hay profecía que valga en el sabio inglés.

También cuenta en todo esto que Hawking apenas escribe con los dedos corazón y meñique de su mano izquierda a razón de una palabra por minuto. El texto aparece en una pantalla y, virtualmente, un sintetizador lo convierte en voz. Al menos era así cuando lo visité en Cambridge pronto hará diez años. Desde la 5.05 de la tarde a las 5.25 dijo: "Creo que el universo está gobernado por leyes científicas y quien crea lo contrario no es un científico". Está paralizado casi totalmente por una esclerosis lateral amiotrófica. Vamos, que no puede escribir un libro aunque salgan a la venta con su firma. La factoría Hawking tiene un enorme éxito editorial y de ahí que lance sucesivas polémicas sobre la existencia de Dios -cuestión para la que, por muy superfísico que sea, no está en absoluto cualificado- o el peligro de una invasión de seres extraterrestres hostiles. El negocio del miedo es infalible.

Últimamente se comunica mediante los espasmos de uno de sus carrillos. La compañía Intel tantea un sistema que podría permitirle llegar a escribir incluso cinco palabras por minuto.

El temor a la inteligencia artificial es un subconjunto de la tecnofobia de la que pocos se libran. En todo caso habría que definir qué es la inteligencia y establecer criterios de análisis de nuestra relación con las máquinas.

Los coches y no digamos los aviones nos superan extraordinariamente. La red tiene una capacidad de comunicación infinitamente superior a la que, de humano a humano, se puede lograr. Mil artefactos hacen cosas en tiempo, calidad y coste extraordinariamente superiores a nuestras posibilidades directas.

Y todo, coches, aviones, Internet o excavadoras son producto de los seres humanos, prolongación de su intelecto y capacidad de trabajo, cooperadores eficacísimos en la vida cotidiana y en absoluto competidores.

¿Por qué un ordenador con una inteligencia artificial muy superior incluso a la natural de Hawking se iba a rebelar y, aun más, intentar sojuzgar a su dueño y por extensión a la humanidad?

Las pasiones de dominación, activas o pasivas, son exclusivas de los humanos y muy propias especialmente de los humanos al borde de la locura. Lo razonable es suponer que esos artefactos que nos van a superar cien veces en inteligencia -como un avión nos sobrepasa en velocidad- serán tan dóciles como un teléfono móvil. ¿Acaso una máquina en sus cabales querría parecerse a un humano y menos aún a un humano loco con sus delirios de cómica omnipotencia?

Hawking no distingue entre inteligencia y libre albedrío. Ni sabe de Segismundo ¿y teniendo yo más vida tengo menos libertad? La vida es sueño y los sueños sueños son. Incluidos los que pergeñan los bit. Sea como fuere, la definición previa de inteligencia se impone. Y ahí desde Aristóteles por lo menos cada maestrillo tiene su librillo.

El filósofo asturiano Gustavo Bueno, al que siempre hay que recurrir, tiene dicho al respecto que "la inteligencia, tal como la entendemos nosotros, va ligada al cuerpo orgánico, es una inteligencia manual. Lo que llamamos inteligencia, el logos, va ligado a las operaciones con las manos; cambian los instrumentos, pero la escala de las categorías sigue siendo "quirúrgica". La relación del hablar con el manipular ya fue señalada por Platón en el "Cratilo". Los técnicos y los físicos necesitan una corrección fundamental, habría que decirles lo que decía Goethe a los escultores: "Escultor, trabaje y no hable"".

Es absurdo tener miedo a una hipotética súper inteligencia artificial cuando lo pavoroso de verdad es la falta de inteligencia natural.