A raíz de la última celebración del Toro de la Vega, mucho se ha apelado a la dignidad del toro de lidia. Los detractores de esta fiesta han clamado por la dignidad de este animal considerando que es "salvajemente agredido por quienes pierden su propia dignidad al lancearlo". Ni entro ni salgo, ni quito ni pongo. Ni defiendo las tradiciones ni soy quien para denostarlas. No sé si las tradiciones nacen o se hacen. Lo cierto es que alcanzan tal categoría después de muchos años e incluso de muchos siglos. Las tradiciones suelen contar con el beneplácito de un sinfín de seguidores que las defienden y salvaguardan del paso de los años y de las modas.

A parte de las actuaciones salvajes, a pedrada limpia, por ambas partes, creo que empezaron los detractores que fueron de inmediato contestados por los defensores, lo cual dice muy poco de la dignidad humana de unos y otros, la palabra que más se ha repetido, la palabra que más se ha escuchado, ha sido la de dignidad. Mucho apelar a la dignidad del toro de lidia que no deja de ser un símbolo nacional, pero poco se habla de la pérdida de dignidad de los que maltratan a los perros, de aquellos que los cuelgan de los árboles después de haberlos utilizado en una jornada de caza o de los otros que los crían para peleas también a vida o muerte.

Tampoco dicen nada de las peleas de gallos tan arraigadas en Hispanoamérica y que han sido trasladadas a España con todos los pronunciamientos. Animales son también con su dignidad a los que hay que respetar. Y ya puestos, hay que crear una plataforma para impedir la pesca del atún de almadraba y que los buques patrios no salgan a faenar a los caladeros donde merluzas, arenques, lenguados, sardinas, rodaballos y meros disfrutan de su dignidad como reyes o casi de la mar océana. Y menos mal que en el agro, el tractor ha sustituido a los pollinos y demás rucios de familia tan arraigada con el campo porque, de otra manera, habría que salir en manifestación impidiendo su desgaste en pro de su dignidad.

Ni que decir tiene de corderos, lechones, cerdos, gallinas, terneras y demás animales que nos sirven de sustento. Cómo es posible que se los sacrifique e incluso se los hacine indignamente en granjas especializadas, por unos puñeteros huevos o un asado suculento. No se puede consentir. Todos vegetarianos o ya directamente veganos para que todo sea perfectamente espiritual y digno. Es curioso que el toro de lidia, cuyo apellido no deja lugar a duda alguna sobre su nacimiento, desarrollo y muerte, despierte tantas pasiones encontradas. ¡Que casualidad!

Lo verdaderamente lamentable es que un feto que tiene vida en el seno materno no despierte la misma pasión defensora por parte de quienes llaman retrógrados y trogloditas a los que defienden la vida y la dignidad de los no nacidos. No deja de sorprenderme. Tan humanos con los animales de cuatro patas y tan inhumanos con los que ni futuro tienen porque hay un heraldo de muerte proclamado que va más allá de la malformación, de la enfermedad, de la anomalía.