Una cosa es predicar y otra, muy distinta, dar trigo. Esta célebre sentencia la he utilizado en esta columna siempre que he tenido la oportunidad de reflexionar sobre la contradicción que existe entre lo que a veces pensamos o decimos y lo que posteriormente hacemos. Aunque los ejemplos pueden ser numerosos, destaco tres: los padres que exigen a sus hijos no sé qué y luego son ellos mismos los primeros en realizar todo lo contrario; los profesores que reclaman a sus alumnos que se comporten con civismo y buenos modales en clase y luego, cuando tienen que resolver sus asuntos en reuniones o claustros de docencia, actúan de igual manera que esos estudiantes que antes han sido crucificados; o los representantes de Dios en la tierra, que en los púlpitos predican una cosa y luego, en múltiples ocasiones, practican todo lo contrario.

Pues bien, ahora le ha tocado a ella, Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, la representante más popular de los principios liberales en España, la más inteligente, la señora que siempre ha presumido de no tener pelos en la lengua, la única que se ha atrevido a cantarle las cuarenta a Mariano Rajoy y a otros miembros relevantes de su partido en más de una ocasión, la mujer que ha salido airosa de múltiples batallas, sucesos y peligros, la dirigente política que, cuando lo ha estimado conveniente, ha cargado dialécticamente contra quienes han infringido las normas más básicas de los buenos modales y del civismo democrático, llámense manifestantes, matones, terroristas o corruptos?, pues eso, que ahora le ha tocado a ella bailar con la más fea, estar en boca de todos y conocer en carne propia el significado más profundo de las diez palabras con las que hoy he iniciado esta columna: «Una cosa es predicar y, otra muy distinta, dar trigo». Y todo por culpa de una imprudencia aparentemente sin importancia.

Y es que, como dicen en estas tierras, donde menos se piensa, salta la liebre: en el campo o en una calle de la Gran Vía madrileña, esa gran avenida donde usted, ¡quién lo iba a decir!, ha tirado por tierra una buena parte de la autoridad que la distinguía. Ya ve, estimada exministra y expresidenta de tantas cosas (del Senado, de la Comunidad de Madrid), qué cruel es la vida: circula por el carril derecho de una calle céntrica y tropieza con una patrulla móvil de la policía municipal de la capital de España, que le pide la documentación porque ha infringido las normas de tráfico y, en vez de colaborar con los agentes de la autoridad, va y se pira, a toda pastilla, como si tuviera algo que esconder. Lo bien que hubiera quedado si, tras los incidentes, se baja del coche y se comporta como la inmensa mayoría de los ciudadanos que se han encontrado en circunstancias similares. Hubiera demostrado que, efectivamente, usted predica con el ejemplo. Pero no, en esta ocasión no ha estado a la altura de las circunstancias. Y es lo peor que puede hacer un político en activo o alguien que se precie de haberlo sido, como usted misma nos ha dicho tantas veces.