El «cenizo» que persigue al Gobierno del Partido Popular en España se encarga de proporcionarle cada día un «caso», para que los periódicos y las televisiones tengan unos días de «completo» en sus diarios; y para que las tertulias de la calle puedan cambiar opiniones correspondientes a las distintas ideologías de los intervinientes. Lo peor de todo es que nadie ofrece soluciones que puedan convencer a quien tiene que aplicarlas con éxito.

Este suceso luctuoso, que se ha saldado con 15 fallecidos, ha dado pie para que aflore, una vez más, la fea costumbre de no tener vergüenza al enjuiciar acontecimientos que puedan esgrimirse contra el Partido Popular en general y el Gobierno que en él se sustenta. Y así sucede con su gran adversario (grande, también, por el número de sus votantes), aspirante sin descanso a ocupar el pináculo de los poderes del Estado. Temiendo, quizá, que se le eche en cara lo que todos sabemos -que en sus tiempos de mando se emplearon los mismos métodos- la señora Valenciano ha puesto por delante la gran palabra de la «humanidad»; pero, palabritas aparte, está ahí el hecho de lo que en mi tierra llaman «la ley del embudo». Lo que en aquellos tiempos -muy recientes- era un «error», aquí es ahora motivo suficiente para pedir angustiosamente la dimisión, no solo de quien -de modo inmediato- dio la orden de proceder al cumplimiento del «protocolo» por medio de lanzamiento de «pelotas de goma», sino del responsable máximo, que es el señor ministro del Interior. Se ha salvado el de Defensa, cuyo antecesor no se inhibió en los «felices» tiempos del señor Rodríguez Zapatero. Dada la enorme cantidad de atacantes contra la frontera de Melilla, tal vez allí sí sería necesario que las órdenes «remotas» procedieran del Ministerio de Defensa: dos cañones, emplazados uno a cada extremo de la línea fronteriza, harían superflua la ineficaz valla metálica, tan denostada por otra parte.

Pero, dejando claro que estamos muy acostumbrados al «embudo» rector del comportamiento de la «leal» oposición al Gobierno del PP, lo que más llama la atención y me ha animado a redactar esta «sugerencia» es la actitud de esa gigantesca institución llamada Unión Europea: olvida su propia responsabilidad en el «protocolo» empleado y se permite amenazar a España por el desgraciado incidente. La UE encomienda a los países miembros la defensa de las fronteras, para que los inmigrantes no molesten a los «señoritos» de su cogollo. Proporcionar medios a esos países -entre ellos, naturalmente, a España, que es el más atacado por todas partes- es lo que los zamoranos decimos «harina de otro costal». Y, si se da un caso como el de Ceuta, esa misma Unión no se recata de amenazar al país que solo cumplió.

Por eso yo me permito expresar esta sugerencia salvadora: en lugar de repeler la invasión con los escasos medios de defensa de que se dispone, lo que se debería -en principio la Guardia Civil- es emplear unas confortables embarcaciones (tal vez debería proporcionárselas la Unión Europea), para recoger a esos esforzados nadadores. Dirigirse, con ellos, no a Ceuta, sino a Algeciras. Allí darles una buena comida y hacer que suban a unos confortables autocares. El destino de estos autocares, con paradas en bien surtidos restaurantes de carretera, deberían ser Bruselas, Ginebra y Estrasburgo. Llegados a su destino, entregarlos a los organismos de la Unión Europea y rogar a las autoridades respectivas que se hagan cargo de tales indocumentados inmigrantes, tratándolos -por supuesto- con todo el cariño del mundo europeo. Evitar, con la mayor diligencia, que esos indocumentados forasteros quedaran sometidos a alguna de las innumerables molestias que nuestros documentados compatriotas hubieron de superar en aquella obligada emigración del siglo pasado. ¿No parece esta una buena liberación para la «inhumana» España (Valenciano dixit) y la Guardia Civil Española?