En los últimos 30 años Zamora ha perdido casi 40.000 habitantes de su padrón, como si se hubiera volatilizado dos veces Benavente o tres cuartas partes de la capital. El Instituto Nacional de Estadística revelaba esta semana que en 2012 la demografía provincial volvió a cruzar, a la baja, una barrera psicológica, la de los 190.000 habitantes, rompiendo incluso los pronósticos más agoreros del propio INE, que en sus cálculos a medio plazo sostenía que el pasado año se cerraría por encima de los 189.000 habitantes. Las cifras oficiales rebajan aún más las pesimistas previsiones hasta dejar en 188.236 los empadronados de la provincia.

La sangría demográfica se acelera con la crisis, aunque nunca se haya detenido a lo largo de las últimas tres décadas, a razón de más de mil habitantes por año. Pero desde que se iniciara la debacle económica, en 2008, han sido casi 7.000 los zamoranos desaparecidos del padrón. En ese descenso se tienen en cuenta no solo las defunciones y un índice de fecundidad que es el más bajo de toda la región: de lo que hablan las cifras oficiales es de emigración, en particular de jóvenes. Si entre 1996 y 2006 ascendía a más de 3.000 la población menor de 30 años que había abandonado Zamora, ahora se calcula que tres jóvenes dejan cada día la provincia, y todos por una misma razón: la falta de trabajo, a pesar de reunir el perfil profesional más cualificado de la historia. Nunca antes hubo en esta tierra tantos titulados superiores sin que eso haya servido para cambiar un ápice el caduco sistema productivo que nos ha traído hasta semejante situación.

Porque además de su población menguante, la provincia posee la tasa de actividad más baja de toda España, menos del 46%, y el paro alcanza ya a casi un tercio de las personas en edad y disposición de trabajar. La pirámide demográfica zamorana se resiente también de la salida de los pocos inmigrantes que habían buscado en la provincia una oportunidad de futuro. En solo un año, al comienzo de la crisis en 2008, la inmigración en la provincia cayó un 50%, con lo que Zamora nunca pudo beneficiarse de forma significativa del «rejuvenecimiento» que los habitantes de otros países proporcionaron durante los años de vacas gordas al índice de natalidad español y, por consiguiente, a su padrón de habitantes.

La situación es de verdadera alarma, porque el ritmo continuado de esta sangría amenaza con empeorar aún más el terrible dato que la estadística prevé para dentro de otros diez años. El INE calcula que hacia 2021 el índice de dependencia de Zamora alcanzará el 50% de la población. Ya en la actualidad, por cada jubilado apenas hay una persona con un puesto de trabajo: 51.079 pensionistas para los 54.600 ocupados que suma la Encuesta de Población Activa correspondiente al último trimestre publicada también esta semana. Es manifiesta, por tanto, la incapacidad de la provincia para generar recursos que nutran las arcas de la Seguridad Social, de donde sale un gasto social que se presenta inasumible para un futuro muy cercano. Y por tanto, lo que está en juego es la propia supervivencia de Zamora si no queremos conformarnos con ser parte de un territorio subsidiado y pobre, puesto que la pensión media en la provincia apenas alcanza los 700 euros mensuales. La débil estructura económica zamorana ha acusado la crisis y la destrucción de empleo de una manera brutal. Invertir el proceso puede resultar imposible si no se reacciona de inmediato.

Las políticas anunciadas por las distintas administraciones, y en particular por la Junta de Castilla y León, para frenar el proceso de despoblación y envejecimiento no dan resultado a la vista de los fríos datos estadísticos, detrás de los cuales se oculta un verdadero drama de exilio forzoso para decenas de miles de personas. Esa movilidad exterior a la que eufemísticamente se refiere la ministra de Empleo, Fátima Báñez es en realidad un auténtico y doloroso éxodo laboral que priva de sus mejores talentos a provincias como Zamora. Frenadas en seco las iniciativas en pro de la cohesión territorial, la brecha se agranda todavía más entre las provincias ricas y las que se ven abocadas a no emerger jamás hacia horizontes más desarrollados. Un panorama ciertamente desgraciado, de auténtica emergencia provincial que merece un debate serio y la puesta en marcha de estímulos capaces de frenar el desastre. No hacen falta más estudios, los números están sobre la mesa, pero sí una puesta en común de los agentes implicados en el futuro de la provincia para atajar el negro panorama que se cierne sobre Zamora.