Omniscientes politólogos aleccionan: «Escrache» es un palabro importado al igual que la técnica intimidatoria que significa. Lo segundo no es tan cierto: no entraña novedad el actual acoso callejero al rival político. En 1936, Largo Caballero, estuquista de profesión y político vocacional, amenazaba sin tapujos conseguir en la calle la victoria sin las urnas; en la misma clave mitineaba Indalecio Prieto, su compañero y sin embargo, enemigo tal vez por evidente diferencia somática. La amenaza no se hacía a humo de pajas; al triunfo electoral de la derecha variopinta en 1933 había respondido la izquierda con la revolución armada de 1934. Como entonces, ahora se intenta meter miedo en el cuerpo del contradictor. A nadie le gusta perder y es muy comprensible el pataleo del derrotado; pero intentar llevar el disgusto más allá es propio del mal perder que parece caracterizar a todo político de oficio. Si, como se dice, todos los partidos suelen tomarse las elecciones como oposición a puestos retribuidos con generosidad, es lógico que el desencanto, el refunfuño y un desmedido afán de reivindicación sucedan a la derrota, porque en política es muy raro que el vencido reconozca como limpia y merecida la victoria del contrincante; en consecuencia, procurará entorpecer su labor de gobierno. Resulta obvio que esta conocida táctica embarazosa para el Gobierno se está empleando con inusitada acritud y pertinacia indeclinable desde el momento en que las urnas confirieron el poder a Mariano Rajoy, si bien no puede negarse que el mismo facilite argumentos que la oposición le lanza como brulotes destructivos.

Pertinacia y violenta acritud caracterizan el hostigamiento que el partido del Gobierno sufre en sus sedes y en los domicilios de algunos de sus diputados y alcaldes; la operación acoso ha llegado hasta la casa de la vicepresidenta Saenz de Santamaría, con ostensible participación de Jorge Verstrynge (¿se acuerdan de aquel pronosticado segundo de Manuel Fraga?) Se trata de una persecución anunciada y aplaudida, programada al detalle con el señalamiento de tiempo y lugar que indefectiblemente se cumple, aunque como denuncian algunos informadores, a las convocatorias suelen concurrir más periodistas, cámaras y policías que manifestantes. Está claro que la PAH de la ya famosísima Ada ha conseguido más que sobrada atención mediática y no solo en el aspecto puramente informativo: no le han faltado alegatos más o menos confusos a su favor, aunque resulten más claros y convincentes los juicios condenatorios de otros medios con alguna cita del Código Penal. Por eso llama la atención la medida anunciada por el ministro de Justicia para poner límites en el espacio a la acción de los acosadores.

Cuesta creer que este tipo de prácticas violentas no estén previstas y sancionadas concretamente por alguna ley. Entonces el remedio no consiste en dictar nuevas normas sino en hacer cumplir, a rajatabla y sin contemplaciones, la legislación vigente. No conviene que sobreabunden las prohibiciones reiterativas; ya advirtió el autor de «Anales» que la multiplicidad de las leyes evidencian la corrupción de la república.

¿Qué recorrido les espera a las movilizaciones de acoso a los peperos? Hay quien lo pronostica corto, porque no responden exactamente a su proclamada motivación y parecen decantarse hacia otros objetivos. Se va conociendo mejor el principio, historia, época y episodios de los desahucios, y ciertamente los socialistas no pueden llamarse Andana. Tampoco favorece a la causa de los acosadores la adhesión de compañeros de viaje que se suponen vitandos, ni el aplauso y la oportunista integración de mandos sindicalistas de sobra conocidos por el personal. Hasta tanto que Pérez Rubalcaba no lo desmienta, el movimiento de la PAH será tenido por uno más de los generados en la política radical de cierta izquierda a la que no le importa chapotear en los azarosos mares de la contradicción. Movilizar ahora contra los desahucios -ciertamente inadmisibles- no casa con el desahucio exprés propiciado por la ministra socialista Carme Chacón para proteger a los propietarios de pisos contra inquilinos tenazmente morosos. Se nos antoja torpe exhibición de tartufismo político condenar hoy lo que propició ayer. Divorcio express, aborto express, dasahucio express... a los gobiernos de Rodríguez Zapatero le urgían determinadas cuestiones. Lamentablemente.