Ahora Taro Aso, el ministro japonés de finanzas, es un multimillonario que ha llegado a la opinión pública mundial como un psicópata extravagante pero dentro de unos años no será el único que diga a los viejos que se maten, porque no queda dinero para ellos. En nombre de lo que dicen que no se puede pagar vamos perdiendo bastantes cosas. Aso soltó en una reunión del Consejo de la Seguridad Social que el problema de financiación del sistema no se resolverá a menos que «dejemos (a los ancianos) que se den prisa y se mueran». Sin empujar. Aunque con excepciones, los humanos tienen tendencia a no morirse por propia voluntad y suele venirles mal cuando se les plantea hacerlo a fecha fija o incluso aproximada.

Pero vista la progresión ideológica y la regresión social de los últimos años, no es raro pensar que se aproveche el impulso de las legítimas aspiraciones de personas que, por medio del testamento vital, intenta defenderse de algunos avances de la tecnología y de la medicina poco ventajosos en su aplicación indiscriminada. Algunas formas de prolongación de la vida hoy cuestionadas encontrarán protocolos alternativos o serán aplicadas de manera menos automática, con más piedad y buen juicio. Veremos también avanzar la aceptación de la eutanasia, con el nombre que sea, hasta que se pase del uso privado y muy restringido al abuso público y más laxo. Pero sin prisa.

Hoy entretengamos nuestras vidas con las palabras de Taro Aso, ya famoso por declaraciones contra las personas que se cuidan poco, de las que dijo «¿por qué tengo que pagar por las personas que solo comen y beben?». La frase suena fea pero, en la práctica, ya hay sistemas de salud que trabajan sobre ese criterio. Lo más bonito es el enunciado, hecho sobre el estribillo universal «¿por qué tengo que pagar por...?», principio reglado de un pensamiento del que se puede esperar cualquier final.