El descenso al siguiente círculo de los «reality shows» se hace en otros canales, pero en la misma línea para que los chavales pasen de la esfera de Disney Channel al polígono de MTV, cambiando de segmento sin que se pierda un consumidor. No es seguro que los ¿nuevos? espectadores sepan que se encuentran ante gladiadores del circo social a los que se pide, como en Roma, que, entre la peste a fiera y el fragor de la chusma, dejen salir sus fluidos -sangre, sudor, ahora semen- hasta que empapen la arena.

Tampoco es seguro que los nuevos degustadores de la siguiente generación de telerrealidades (así lo llaman) sepan que la televisión -aunque sea digital y temática y led y de alta definición- siempre escoge los programas más baratos que llevarles a la parrilla. Reclutar a una pandilla sin desbastar y ponerles como deberes que se comporten como salvajes es fácil y barato porque sobra carne de televisión, no tan diferente de la de cañón. Más inteligencia y mejor guión se precisaría para desquiciar al flemático, volver grosero al educado, corrupto al honrado, traidor al fiel... Se prefiere el espectáculo de expectativa limitada: he aquí un cerdo, veamos cómo hoza y gruñe. «¡Anda, mira cómo hoza y cuánto gruñe!».

No van a hacer nunca un programa en el que concurse el mastuerzo y se le premie cuando salga de las situaciones con buen juicio o donde el chulo gane si resuelve sin jactancia ni violencia porque ya hemos oído mucho que la televisión no tiene que ser educativa (aunque lo sea y lo que quieran decir es que al ser «maleducadora» resulta más atractiva, y al ser maleducada, más popular). Pero no podemos hablar correctamente de telerrealidad. La realidad se trata mucho más de sobrevivir en la contrariedad que de dejar hacer a los instintos. La suma de telegenia (chavales guapos) y de tele genio (que concede los deseos a cambio de su emisión) es un espectáculo de bajo coste o «show low cost» que suena moderno: ¡bien para todos!