Todo pudo comenzar en aquel Pregón de la Semana Santa de 1973. No es nada fácil, ni siquiera por el mapa, seguir ese camino, pero es muy interesante recorrer la geografía que separa a esos dos lugares míticos porque en cada metro cuadrado de esas tierras podemos encontrarnos con los restos más cálidos, singulares y sugerentes de una historia varias veces milenaria.

Cuando ese recorrido, ese encuentro y ese entendimiento se hace con el corazón y desde el más puro espíritu de reconocimiento y encuentro, humildad, grandeza y espiritualidad, se levantan auténticas fortalezas en el corazón de los humanos.

José María Richard Marín, fijado por el más puro amor en ese Vigo que la historia clavó junto a la ría sosegada a que llegan las aguas limpias y sedicentas por llegar del Oitaben, quedó enganchado por esa mítica geografía, en la que el rumor sosegado de la mar parece querer marcarnos el ritmo de una salmodia mística, mientras contemplamos un tanto sorprendidos el olivo que parece no solo seguro sino que nos sugiere ese señorío de quien lleva y a la vez representa el espíritu de unas tierras y de unas gentes que llevan dentro todos los valores del espíritu como el Árbol de la Vida, compañero fiel amigo y símbolo de la fe y la firmeza de sus principios hasta el final.

Pero José Mari vio en el Árbol de la Vida esa luz que alumbra y deja ver, aunque a veces nos ciega saltando distancias y partiendo de la mística del mar a sugerencia de las olas marchó en busca de las tierras largas y lejanas, de las llanuras sin fin, donde la lírica del pensamiento, la mística más pura y espiritual ha marcado con el sello inconfundible de la inmortalidad. Llegó a Silos, se encontró ante ese símbolo único, inconfundible y sublime en tanto que equivale al genio de místicas y sobrecogidas inspiraciones siempre poéticas.

Este lejano heredero de la Cruz de Caravaca al llegar junto al ciprés no pudo resistir la eterna tentación que el ser humano lleva dentro y sin prisa ni reparos quiso dejar testimonio de aquel encuentro, especie de llamada a lo más profundo de su espíritu enlazando el recuerdo de la vida a aquel silencioso y sosegado claustro en el que un solo árbol, nos recuerda todos los valores y su trascendente mensaje de universalidad, de las diferencias y de los estigmas que los siglos.