Recortar el gasto y aumentar los ingresos se ha convertido en un imperativo para todas las administraciones. La Unión Europea y los mercados siguen en sus trece exigiendo un ajuste millonario de las cuentas públicas y hay que seguir metiendo la tijera para ajustarse en lo posible al requerimiento permanente de UE y de los mercados. La atención de los sastres de las distintas administraciones recae ineludiblemente en aquellas partidas que más recursos consumen y que son, a saber, la educación y la sanidad, no sé si por ese orden.

No podemos obviar un hecho trascendental que puede ser oneroso para nuestros intereses. El Sistema Nacional de Salud arrastra una deuda de unos 15.000 millones de euros, lo que equivale al 1,5 por ciento del Producto Interior Bruto. Si con el dato en la mano no pensamos de inmediato en el copago, se nos diga lo que se nos diga y se diga por quien se diga (sabido es lo fácil que resulta donde dije digo, digo Diego), es que no estamos al corriente de la realidad. El copago se ha convertido en una alternativa para muchos necesaria cuando se trata de salvar la Sanidad Pública. Solo que el copago a la española no se va regir por el necesario principio de solidaridad.

El señor Rajoy ha dicho y repetido hasta la saciedad que no hay nada nuevo bajo el sol sanitario y que ni yo copago ni tú copagas ni ellos copagan. Si no hubiera elecciones a la vista, a lo mejor colaba. Pero resulta que el presidente del Gobierno se ha visto obligado en más de una ocasión, por las circunstancias económicas actuales, a desdecirse y no de palabra, sino con hechos, que es justo cuando no hay vuelta de hoja. El personal está con la mosca detrás de la oreja. Y para muestra un botón: la aprobación por parte de Cataluña del pago de un euro por receta ha desatado las iras del Averno en unos casos mientras en otros se mantiene su necesidad para tratar de salir del marasmo, contemplando la posibilidad de gravar, aún más, la factura que pagan los españoles por los medicamentos.

Vamos a ver, tengo para mí que todavía no nos hemos enterado muy bien de que el copago farmacéutico ya existe en nuestro país. Hasta donde yo sé y que alguien me corrija si me equivoco, los ciudadanos «activos» laboralmente ya pagan cuatro de cada diez euros de las recetas dispensadas por el Sistema Nacional de Salud. Y hasta donde servidora sabe, solo los pensionistas y los enfermos crónicos se libran del susodicho copago. ¿O no es así? ¿Se trataría entonces de un nuevo impuesto? ¿De un euro «a mayores» por receta médica? ¿De qué se trataría realmente?

El hecho de que haya comunidades que contemplen con simpatía el copago sanitario al estilo catalán, debe hacernos pensar que si no atado y bien atado, el asunto está pensado y bien pensado. Es una lástima que quieran tocar lo que está bien hecho, aquello de lo que podemos presumir los españoles sin temor a equivocarnos en la vanagloria y que no es otra cosa que nuestra Sanidad Pública, sin duda alguna, una de las mejores del mundo, con sus defectos y sus virtudes, y una de las más envidiadas por las administraciones de países de aquí, léase Europa, y de allí, léase América del Norte.