Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián ha sorprendido con un libro sobre la confesión. Y Benedicto XVI ha reivindicado el confesionario como elemento esencial en la nueva evangelización. Ciertamente, hoy en día, parece un tema obsoleto; ya se nos antojaba insólito hace años. Asistíamos un grupo de periodistas de turismo a la misa vespertina, en la iglesia de Mondariz; en su homilía, el celebrante explicó con sencillas y seguras palabras, la antigua y esencial doctrina del sacramento de la Penitencia. Al salir del templo, José Luis Pécker que había militado en la Juventud de Acción Católica, comentó: ya era hora de que un cura nos aclarara lo de la absolución general y de volver a cantar los motetes que aprendimos en la niñez. En ninguna homilía posterior a la de Mondariz he oído pronunciar la palabra confesión: como si la progresía hubiera hecho consigna de la bíblica frase que referida a pecados horrendos, previene: eso ni siquiera debe nombrarse entre vosotros. Monseñor Munilla denuncia una crisis que viene de lejos. Todo, enseña la sabiduría popular, tiene su aquel, su qué y su porqué... y su por quién, podría añadirse. Conviene dilucidarlo para evitar recaídas.

La cosa es que a mediados del pasado siglo, entraron en desuso el púlpito y el confesionario que más de un párroco resolutivo se apresuró a retirar de los templos. Los penitentes encontraban con dificultad confesionarios ocupados. Manolo Jiménez Quilez, que fuera destacada figura de la «Santa Casa», nos contaba asombrado la peripecia de un correligionario parisino: El buen hombre, con ocasión de un viaje de negocios había sucumbido a la tentación introducida en su habitación del hotel. Cristiano estricto, al regresar a París, se apresuró a lavar la culpa; pero no encontró confesor en la gran urbe; y recurrió a un obispo amigo, el cual le puso en contacto con un sacerdote al que confesó el tropiezo; y con la absolución recibió una regañina: ¿Para esta chorrada nos ha molestado al obispo y a mí? El caso es peregrino y raro, pero «relata refero». Se ha dicho con razón que los directores espirituales cedieron su labor a los psicólogo aunque tampoco la psicología es ciencia exacta y al decir de mi recordado maestro don Rosalino Revuelta, agnóstico y excelente persona, la confesión tiene también un beneficioso efecto social. Con la Pascua Florida, la mayoría de los parroquianos y parroquianas se confesaba con sacerdotes que venían de los pueblos cercanos; el ama del párroco les servía un nutricio almuerzo y en la tarde, el pocillo de chocolate de Vezdemarbán con picatostes crujientes; en las horas de menor afluencia de penitentes, echaban unas manos eclesiástico juego del tresillo. En tales días se advertía en el pueblo cierta paz añadida y se oían menos restallantes blasfemias, algunas de innegable sentido teológico.

Está por ver que cuaje la reivindicación del confesionario. Tal vez supondría una vuelta a la milenaria tradición anteconciliar, no anticonciliar como probablemente será calificada por tenaces epígonos de los cléricalla progresista. Los hechos demuestran que no pocas de las experiencias posconciliares han traído a la Iglesia más perjuicios irreparables que beneficios duraderos. No siempre le han ido bien las probaturas de técnicas mundanas. El fracaso se manifestó con evidencia en el asunto de la Banca Ambrosiana. Con argumentos de diferente entidad se ha criticado su recurso a las técnicas propagandistas en la campaña para reclutar vocaciones. El caso nos recuerda el del tertuliano intencionadamente retrasado que al llegar, proponía: me opongo. Díriase que algo parecido les ocurre a los obispos: en cuanto abren la boca son censurados. Cierto comentarista ha considerado aberrante el eslogan «Pasión por el Evangelio». Alega el discordante que pasión es la acción de padecer: que la pasión por antonomasia es la de Cristo. Pero unas líneas más abajo el diccionario de la RAE contempla otra acepción comúnmente aceptada en el lenguaje literario y coloquial:

«Pasión es inclinación vehemente a cosas o personas»; esto es, afición desmedida. Y en este sentido se dice pasión por el juego, pasión por los toros, pasión por la política. De pasión, apasionado y pasional: polemista apasionado, crimen pasional. A todas parece correcto escribir Pasión por el Evangelio.