Que la huelga general era inevitable e inminente lo sabíamos todos, empezando por Rajoy que a muy poco de llegar a la presidencia del Gobierno ya contaba con ello, y siguiendo por los sindicatos que aunque han anunciado ahora el paro parece ser que ya tenían decidida la fecha y preparados hasta los carteles anunciadores. A la gente, en general, le da igual que haya huelga que no, porque mayoritariamente piensa, según las encuestas, que esa forma de protesta no sirve para nada, y además, dos de cada tres españoles consideran que, con la crisis actual, solo servirá para empeorar la situación.

A casi todos los presidentes les han hecho huelga los sindicatos, pero ya la última, la que le hicieron a Zapatero resultó un fracaso, pese a lo que quisieran decir los convocantes. Únicamente en las grandes factorías tuvo seguimiento el paro y en parte debido a la imposición de los llamados piquetes informativos, piquetes que tienen la peculiar manera de informar a través de la coacción. Y eso es lo que probablemente va a ocurrir, más o menos, en todos los aspectos, el día 29. No está el ánimo nacional para huelgas generales, que por otra parte ya no son lo que eran.

Por dura y hasta brutal que pueda resultar la reforma laboral no parece de recibo hacer una convocatoria semejante a un país en la cuerda floja y a los cien días del nuevo Gobierno, al que no se le da siquiera ese plazo de confianza habitual. Sabiendo además de sobra que Rajoy ni va a rectificar ni va a dar marcha atrás de ninguna de las maneras, aunque pudiera dar vía libre a algún ligero matiz modificador. Pero la reforma ya ha sido aprobada y no hay nada que hacer en este sentido. Ni siquiera como medida de fuerza, como se demostró en la huelga anterior con Zapatero.

Cierto es que ahora la calle está muy indignada y que los ánimos están crispados por todo lo que está ocurriendo, pero el crédito de los sindicatos es escaso y cada vez menos. Su prestigio se encuentra al nivel del prestigio de los políticos, tercera causa de preocupación nacional. Y es que resulta muy difícil creer en unos sindicatos que reciben cuantiosas subvenciones del Estado -no podrían vivir como viven de las cuotas de sus afiliados- y que cuentan con miles de liberados, todo lo cual supone un enorme gasto tanto público como privado. Aunque en esta ocasión haya un serio motivo para la queja, que ha llevado a miles de personas a salir a la calle ya el domingo. Que en Zamora se contasen cerca de tres mil personas protestando es una muestra evidente del miedo y la irritación que causa la reforma laboral.

Lo que quiere la gente es tener trabajo, poder trabajar. Pero eso no se va a garantizar con la huelga general. Por supuesto que tienen todo el derecho a ello pero esta convocatoria sirve de nuevo, para ratificar el aire caduco de unos sindicatos que vuelven a dejar patente su falta de alternativas. Claro que en las circunstancias actuales, y aunque el PP cuente con un amplio margen de confianza por parte del electorado, tampoco resulta muy conveniente que Rajoy diga cosas como que las medidas tomadas evitarán tres millones más de parados. Porque hacen ver la reforma como un dejen salir antes de entrar.