Si no hay noticias, se inventan. Esta fórmula de periodismo amarillo era traducida a la ingeniería financiera por la licenciada Laura Gómiz Nogales, presidenta de Invercaria, la empresa pública creada de la Junta de Andalucía para prestar ayuda económica a emprendedores arriesgados. Como es lógico, el apoyo debía concederse al solicitante que presentara un convincente plan de inversión. Según se ha publicado, en algunos casos la subvención fue dispensada sin el obligado justificante. La resuelta presidenta quiso resolver la incidencia «a posteriori», con ayuda de la imaginación: «Si no hay plan de inversión, nos lo inventamos», dijo a sus colaboradores, todos a inventar y ella, la primera, puesto que presume de gran capacidad de invectiva; contradiciendo a Unamuno en su sarcástico «que inventen ellos», ha afirmado poco más o menos: inventemos nosotros y que nadie nos quite el mérito y la gloria de la invención. Este rocambolesco episodio de la historia contemporánea de Andalucía ha sido conocido a través de conversaciones grabadas con conocimiento de los conversadores o subrepticiamente. El micrófono traidor y la cámara oculta suelen cazar al político confiado, para gozo y provecho del rival. Las revelaciones del «affaire» Inventaria han sido recibidas con irónico talante en el mundillo mediático, con escándalo -sin exagerar- por el atónito personal de a pie y con manifiesto frotar de manos por los peperos, siempre dispuestos a darle en la cresta a las que saltan, que no son pocas, en Andalucía: Javier Arenas, tenaz candidato, tiene motivos de sobra para sentirse satisfecho de las facilidades.

En la parábola del administrador desleal, solo atento a sus propios intereses, el amo reconoció alabancioso su astucia e ingenio. Se nos antoja innegable el arte habilidoso de la licenciada Laura Gómiz al recurrir a la imaginación para tramar una teoría de gobierno. Pero la imaginación suele ser atrabiliaria y peligrosa, como «La loca de la casa» fue descalificada por santa Teresa de Ávila, y si el padre de familia sabe que con la imaginación no se da de comer a los hijos, los economicistas profesionales tampoco cuentan con ella para resolver crisis ni para crear sistemas sostenibles. En cambio, los que juegan a la política son más dados a invenciones y trucos que creen obra de su ingenio. Olvidan que nadie puede presumir de ingenioso tanto como el tahúr, el timador y el cazador furtivo.

Son oficios en los que la treta y la trampa son la garantía única del éxito. Algo parecido deben querer algunos ciudadanos endurecidos en el largo ejercicio de la política. Y no es que la treta sea en sí misma abominable, la califica o descalifica su finalidad. Y lo mismo habría que decir de la imaginación, que es un don como el talento: parodiando a Lenin, cabría cuestionarse: Imaginación, ¿para qué? ¿Qué, para qué y para quién inventamos? Son preguntas que deberían hacerse los de Inventaria. Y contestarlas.

La verdad es que alcanzó más resonancia que efectividad el famoso eslogan de los jóvenes revolucionarios del parisino 68, «La imaginación al poder», fue inmediatamente silenciado por la marcha callejera de los prepotentes burgueses por las calles de la ciudad del Sena: las pancartas y el grito son de efímera efectividad. Sin embargo, la llamada a la imaginación no callará mientras la política se debata en rutinas cómodas, objetivos prometidos y no cumplidos, y en el juego de los mismos canes con los mismos o parecidos collares. Aseguraba el historiador Sainz de Robles que el pueblo aguanta difícilmente el aburrimiento. Si se huye de «la funesta manía de pensar», naturalmente trabajosa y dura, habrá que confiar a la imaginación la tarea política, en todo caso, resulta más placentero imaginar que pensar. Bajo esta consideración, parece menos rechazable el recurso de la licenciada Gómiz Nogales a la imaginación, aunque sus inventos no parezcan de recibo. Los jueces o las juezas lo dirán.