La sinapsis es el contacto que se establece entre las neuronas o células nerviosas del cerebro. Mediante el intercambio de neurotransmisores, se transmite entre ellas el impulso nervioso. Son varios cientos de billones de conexiones sinápticas en cada cerebro humano. Cientos de billones de posibilidades de que formen circuito o bien cortocircuiten. Sí o no, correcto o incorrecto, encendido o apagado. También la relación neuronal funciona en código binario, como las modernas computadoras, que se alimentan y escupen ceros y unos, unos y ceros.

Hoy se fabrican robots a los que se «enseña» a interactuar con los humanos, a seguir las pautas de los humanos; se les enseña incluso a aprender permanentemente de su relación con los humanos, a seleccionar, y asumir actitudes y comportamientos de aquellos con los que se relacionan. Esos robots, un día llegarán a ser tan sumamente perfectos que sus fallos tendrán consecuencias dramáticamente catastróficas. Ya nos lo anticipó Kubrick con su HAL de «2001 Una Odisea en el Espacio». HAL, que obtuvo su nombre de las letras inmediatamente anteriores a las de IBM, por aquél entonces sinónimo de vanguardia en tecnología informática, era «casi» humano. Tanto, que terminó comportándose como un humano y produjo el terror.

Las conexiones sinápticas generadas en el cerebro de un humano en Noruega, lo han llevado a cometer una cadena de actos tan atroces, dantescos, que calificarlos de inhumanos parece quedársenos muy corto. Como si el recuerdo, la memoria y la historia no nos hubieran enseñado ya, sobradamente, que solo los humanos somos capaces de cometer los actos más terribles, más salvajes y despiadados; más inhumanos. Fallan las conexiones neuronales, o es que somos así, tal vez algún día la ciencia nos ayude a saberlo, aunque ya la Biblia nos descubrió que Caín y Abel son solo dos lados de un mismo espejo. Que uno sea uno y no el otro, tal vez en ocasiones sea solo fruto de la casualidad, aunque Einstein pregonara que Dios no juega a los dados.

Nuestras conexiones neuronales no son suficientes sin el lubricante de la conciencia para discernir el bien y el mal. Son solo (y nada menos que) química y electricidad, reacciones y conexiones, complejidad por billones, aunque con un esquema de simplicidad máxima. Nuestro individual cerebro falla, nuestra conciencia se deforma y un solo individuo asesina a sangre fría a decenas de personas, mientras las mira a los ojos, en una isla, cercana sólo por el nombre, a la «Utopía» de Tomás Moro. Nuestras conexiones colectivas también fallan y mil cien niños mueren de sarampión en el Congo, solo en seis meses. Otros miles, de hambre en otros países o víctimas de la explotación sexual o en el trabajo, o del tráfico de órganos, o de las armas que enviamos a las guerras.

Definitivamente, no somos la especie elegida, el mejor ejemplo para que aprendan los ordenadores, para que se humanicen los robots.

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