He terminado de leer una novela. Se trata de «Mi hermana del alma», escrita por Chitra Banerjee Divakaruni, profesora nacida en la India y residente desde hace tiempo en los Estados Unidos. Me ha resultado muy interesante en varios aspectos; pero solo quiero fijarme en el contraste entre lo que narra la escritora hindú sobre dos mujeres hindúes y la mentalidad algo extendida, por desgracia, en nuestro mundo de la Europa Occidental, en concreto en España, con relación a los no nacidos.

Las dos mujeres llevan vida de hermanas y como tales se aprecian y se comportan, con la natural diferencia de caracteres: una -su nombre Anju- es la que lleva la voz cantante, por ser más lanzada; la otra, Sudha, es más sumisa, sin duda por carácter y también por su condición de acogida (con su madre, Nalini) en la familia de Anju. Esta circunstancia se debió a que los padres de las dos niñas fueron compañeros de aventuras y el de Anju falleció accidentalmente siendo atribuida su muerte, injustamente, al sobreviviente padre de Sudha, que, también falsamente, huyó, para evitar el deshonor, dejando abandonadas a su esposa y a su hija. No es extraño, pues, que Anju sea la «mentora» de Sudha y esta acate la supremacía de su «hermana» y silencie, hasta la complicidad, las travesuras de Anju; o las que secunda Anju en su favor, como es la de Ashok, primero y único amor verdadero de Sudha. Las conveniencias dictadas por la tradición impiden que Sudha contraiga matrimonio con su amado y la obligan a contraer matrimonio para entrar en una familia de nivel superior, con una suegra viuda prepotente, crecida por la conducta de su hijo, que, aunque estaba muy enamorado de su esposa, acataba temeroso la voluntad de su madre. Anju, por el contrario, contrajo matrimonio con el hijo de una madre atentísima con la nuera. Sunil (el marido) -para remate-, habiendo emigrado por su valía y aspiraciones de progreso, ocupaba un buen puesto en los Estados Unidos y le puso «los puntos sobre las íes» a su disoluto y «maltratador» padre.

Los años pasaban y Sudha no tenía hijos, siendo hasta objeto de habladurías sobre su capacidad procreadora. Por fin, después de emplear todos los recursos de la ciencia y la superstición, concibió y su «esperanza» era niña. La tradición de la familia de su marido, unida a lo que había ocurrido siempre (fue siempre niño el primogénito en la familia Sanyal), hizo que la suegra de Sudha se empeñara en que ésta debía abortar. Ella, animada por la actitud de su esposo -que había dicho que no le importaba que fuera niña el primer fruto de su amor- creyó, en principio, que convencería a su madre política; pero no fue así. Y, para mayor temor, cuando se quejó a su marido de los propósitos de su madre, él, que siempre se plegaba a la voluntad materna, le contestó «que lo dejara en paz». Consultó con Nalini (su propia madre) y ella le contestó que no debía poner en riesgo su matrimonio. No fue igual la respuesta de su «hermana» Anju. Entonces Sudha, prefiriendo los dictados de su instinto maternal, decidió romper su matrimonio para llegar a dar vida a la hija que llevaba en sus entrañas. Y, aprovechando un descuido de su suegra, marchó a la casa materna, donde, además de Nalini, estaba el resto de lo que ella y Anju llamaban «las madres». Todas la acogieron con la mayor alegría y se expusieron gustosas a la «deshonra» que suponía allí una esposa divorciada.

El divorcio le proporcionó la visita del que era «su amor de toda la vida», quien la solicitó en matrimonio, haciendo caso omiso, al principio, de su estado «de buena esperanza». Una posterior reflexión de Ashok, unida a su sinceridad, hicieron que él expresara su rechazo a la niña que iba a nacer, proponiendo que esta quedara en manos de «las madres» hasta que pudiera valerse por sí misma, disfrutando de las visitas de su madre siempre que quisiera ir a verla. Otra vez el instinto maternal de Sudha se impuso. En consecuencia, le respondió a Ashok que se rompía el compromiso de matrimonio y ella criaría a su hija y cuidaría de ella.

Entre tanto Anju había concebido un niño, al que esperaban con ilusión ella y su marido. Incluso el niño engendrado se convirtió en interlocutor mudo de su madre que vertía en él todos sus cuidados; así llegó a un avanzado estado de gestación. Pero Anju no dejaba de lado a su «hermana». Como su marido, Sunil, no era tan entusiasta en esto -por un motivo ya antiguo- ella decidió trabajar en secreto para reunir el dinero que permitiera a Sudha y su niña viajar a los Estados Unidos. Allí la habilidad de Sudha con la aguja le proporcionaría un futuro prometedor. Un mensaje indiscreto del lugar de trabajo hizo que Sunil se enterara de que su esposa le ocultaba el trabajo y el propósito del viaje de su «hermana». Y el fuerte altercado, a pesar de la tranquila expresión del marido, provocó en Anju una fuerte hemorragia. En el centro clínico le practicaron una cesárea; pero el niño nació muerto porque se había ahorcado con el cordón umbilical. La maternidad frustrada produjo una profunda y larga depresión que sumió a Anju en una mudez con todo el mundo, incluidos Sunil y Sudha. En esta ocasión, su marido y el médico entendieron que la única salvación podría ser la presencia de su «hermana» y agilizaron los trámites para que Sudha y su hija de pocos meses pudieran viajar, aunque la pérdida del niño había llevado a Anju a aborrecer cualquier presencia -no solo contacto- de un bebé que pudiera recordarle al que perdió. En esta aversión ocupaba lugar especial la niña de su «hermana», por su lugar privilegiado en la familia. Cuando Sudha tenía los billetes en su poder y esperaba el día del viaje, debió soportar otra gran prueba: Ashok había recapacitado y acudió para pedirle matrimonio, aceptando tratar a la niña como si fuera hija suya. Sudha esta vez pensó en lo imprescindible que era su presencia en casa de Anju y rechazó al gran amor de su vida. Al llegar al aeropuerto de destino, allí estaban Sunil y Anju. Ésta, sustituyendo la aversión por el amor maternal, al tener en sus brazos a su «sobrina», reaccionó como podía esperarse y volcó en ella aquel amor maternal que había destinado en exclusiva al que no llegó a término, cuya interrupción se detectó por un aborto natural.

¡Magnífica lección de instinto maternal la de esas dos mujeres! Así, al menos, me lo ha parecido a mí y por eso lo cuento.