La cultura people no puede prescindir de sus mitos, a veces después de un impecable reciclaje. Si falla Obama, siempre podemos volver a Kennedy, coincidiendo con la publicación de «Un adúltero americano», una novela sobre la historia clínica de JFK. Su autor es el doctor Jed Mercurio, que introduce así el género descarnado de la pornografía médica. De proliferar los intentos, la disección del cerebro de Einstein encontrará un rival en los órganos sexuales del presidente estadounidense que marcó la segunda mitad del siglo XX.

Si se insiste en todos los hombres del presidente Kennedy en la réplica de Camelot, es porque las mujeres del presidente son incontables. Cabe recordar que no se invitaba únicamente a la Casa Blanca a la amante de guardia, sino a una segunda mujer de reserva por si las necesidades fisiológicas del emperador del planeta se habían exacerbado. Al fin y al cabo, su misterioso médico le había dicho que sólo el sexo con una dama apetecible podía sanear su organismo.

Un adúltero americano peca de puritanismo, hasta que se piensa en qué ocurriría si se divulgara que el presidente de Estados Unidos mantiene relaciones sexuales con el equivalente de Marilyn Monroe -¿Scarlett Johansson?, ¿Lady Gaga?-. En cierta ocasión, Kennedy le comentó al primer ministro inglés que, si pasaba tres días sin una mujer, sufría terribles jaquecas. Se supone que también padecería migrañas si pasaba tres días con la misma mujer.

Bill Clinton declaró que experimentaba los mismos síntomas que su predecesor si no practicaba el ejercicio físico. Más adelante aprendimos que ambos se referían al mismo deporte. En Estados Unidos, el libro de Mercurio ha sido recibido como un ultraje. Al fin y al cabo, Gore Vidal siempre trató a su amigo Kennedy como un fenómeno sexual, con tonos admirativos. Por contra, el legendario Bill Bradlee del Washington Post asegura que nunca supo que su íntimo en la Casa Blanca se acostaba con la cuñada del periodista.

El mito todo lo resiste, Mercurio reincide en la doctrina de que JFK no hubiera vivido muchos años más debido a sus dolencias de espalda, y que la falta de movilidad de su columna le impidió esquivar el segundo disparo en Dallas. Ahora descubrimos que Kennedy no fue un triunfo de la ideología, sino de la farmacología, pero igualmente fascinante.