El profesor Neira es una de las fabricaciones mediáticas mejor conseguida de los últimos años. Nunca fue mi modelo, tampoco será mi decepción. Ninguna persona real podía ajustarse a esa construcción artificial demasiado tiempo, se ha limitado a aprovechar los privilegios que le fueron conferidos para liberarse de su prisión, como Ronaldinho cuando deja de entrenar o los Rolling Stones al destrozar una habitación de hotel. Fue María Teresa Fernández de la Vega quien aseguró que Neira había dado un ejemplo que todos debíamos imitar. Para ella es muy fácil, rodeada de guardaespaldas, no tengo clara la reacción óptima ante una querella violenta entre dos seres humanos, y me parece que la duda se ha instalado hoy en la opinión. Sin embargo, la vicepresidenta parlanchina todavía no ha rectificado su arenga despectiva.

Neira fue reciclado por la sociedad en un concursante de Gran Hermano. También Esperanza Aguirre succionó el drama del profesor en beneficio propio, y ahora habla de él como si fuera un marciano. Nadie conoce a Neira, en cuanto se comporta estrictamente como un ser humano, el único animal coherentemente irracional. Somos capaces de gestos quijotescos, y a continuación circulamos haciendo eses y poniendo en peligro a personas más inocentes que nosotros. Está en nuestra naturaleza, la prensa simplifica magistralmente este caos en un enfrentamiento de buenos y malos.

No he leído ninguna muestra de arrepentimiento de quienes nos introdujeron a la fuerza al profesor Neira -al mito, la persona queda fuera de esto- por el gaznate. Admitamos la pasión de la audiencia por los seres íntegros, de una pieza. Sin embargo, ahora contamos con una baza para que se respete nuestra simpatía por la imperfección, que nos absuelve de desfacer entuertos permanentemente. En cuanto Neira denuncie a sus hoy agazapados fabricantes, estará curado. ¿Y quiere saber cómo reaccionaríamos ante una situación crítica, señora vicepresidenta De la Vega? Improvisaríamos, como su Gobierno.