Mientras se comenta que Alemania podría caminar pronto hacia el retorno al pleno empleo, en España el paro registrado se mantiene en la raya de los cuatro millones de demandantes de empleo, que equivalen a una quinta parte de la población activa. El dato debe preocupar y preocupa seriamente, pero aún preocupa más que no se le encuentren respuestas; solo rosarios destartalados de anuncios contradictorios por parte del Gobierno y glosas elementales de buenas intenciones por parte de la oposición. Mientras tanto, hay una serie de preguntas en danza: ¿cómo es posible, con tal desempleo, que no haya estallado la revolución? ¿Por qué no vemos vagabundos encaramados en los trenes? ¿Por qué la cola en los comedores sociales es aún moderada?

La cosa se explicaría mejor si los parados no fueran cuatro millones, sino dos, y la verdadera tasa de paro no fuera del 20% sino del 10%. Una tasa aún muy elevada, pero en los límites de lo soportable sin tragedia por una sociedad de nuestras características, con pluralidad de sueldos en el núcleo familiar, con servicios básicos garantizados por el estado -educación, sanidad, jubilación- y con un subsidio de desempleo que se prorroga masivamente en determinadas situaciones. Si la tasa fuera del 10%, no nos desesperaría tanto el futuro como si fuera del 20%, ya que se puede absorber mucho más rápidamente. En fin, si fuera del 10% no seríamos el hazmerreír de Europa.

Prosiguiendo la reflexión, cabe preguntarse qué es el pleno empleo. Cualquier empresario nos dirá:

Cuando no hay manera de encontrar a la gente que necesita. Cuando las páginas de ofertas llenan los periódicos semana tras semana, y los anuncios no desaparecen. Cuando se acaba contratando al primero que pasa. Todo ello sucedía en este país hace bien poco: justo antes de la crisis, en los años del «boom», en la parte central de la década. Ahora bien: nunca, en aquellos años, se bajó los 1,8 millones de parados. En el último año bueno, en 2007, eran casi dos millones, ya pesar de ello se contrataba un gran caudal de mano de obra extranjera, porque con la propia no había manera de cubrir las necesidades de las empresas.

Por lo tanto, debemos concluir que el pleno empleo, en España, se alcanza con la cifra de los dos millones de parados, del que no estamos tan lejos como del inalcanzable paro cero. Estaríamos solo a diez puntos del objetivo, no a veinte, y podríamos entonar el consolador: «¡que no estamos tan mal!». Estos dos millones irreductibles deben ser el famoso «paro estructural», y lo cierto es que no andaremos bien hasta que el Estado meta la nariz y la mano, con ganas, en ese grupo, para ver quién lo forma y como se le moviliza. Porque si un día, pasada la crisis, volvemos a importar trabajadores extranjeros con dos millones de españoles oficialmente en paro, nos lo tendremos que hacer mirar.