Aquel sacerdote dirigía con buena mano un periódico de provincias. En cierta ocasión se le ocurrió la "maldad" de encargar una nota necrológica al último periodista incorporado a la Redacción; se proponía bajarle los humos al jovencito presumido que creyéndose buen escritor y poeta, ambicionaba acreditarse como articulista de sección diaria. Después de inutilizar buen número de cuartillas, el redactor confesó su vergüenza: director, por más que lo intento, no me sale la maldita necrológica. Verdad es, le consoló el director, que es género difícil para el literato; su lenguaje inevitablemente tópico no casa con la originalidad literaria. Las notas necrológicas -recordó el sacerdote/director- son como el sermón del santo N., que vale para todos; únicamente hay que variar los nombres. Pues bien, entre las frases hechas de las necrológicas, ninguna tan repetida como la de "la penosa enfermedad sobrellevada con cristiana resignación". Resignarse es aceptar sin protesta lo irreparable. Lo mismo significa conformidad, una actitud ciertamente rara en la política y por lo tanto, muy meritoria para los que la toman. Resignación y conformidad presuponen tolerancia. Y suele ocurrir que el político estará dispuesto a tolerar todas las flaquezas del prójimo, no a perdonarle la victoria; le causa mayor dolor que su propia derrota el triunfo del rival. Colea en estos revueltos lares la última contienda electoral. Se alude al pasado huyendo del presente. Ayer mismo, la recordaba Rodríguez en incursión por los cerros de la ironía que no parecen ser su terreno. Dijo que «Rajoy es tan inteligente que perdió las elecciones teniendo mayoría absoluta». Cabe suponer que la burla no le habrá hecho gracia a Felipe González.

De Chile nos viene un incitante ejemplo de conformidad. Acertaron los pronósticos y la socialista Michelle Bachelet será la primera presidenta de la nación andina. Aunque para

El Emérito signifique el triunfo del "contubernio de socialistas, demócratas cristianos y comunistas", la verdad es que las urnas han dictado sentencia en unas limpias elecciones y han valorado positivamente los méritos de esta mujer extraordinaria. Así lo ha reconocido el gran derrotado, Sebastián Piñera; conocidos los resultados electorales, el empresario -el Berlusconi chileno le dicen- se apresuró a felicitar a la nueva presidenta.

Además, y esto parece más importante, ante las huestes conservadoras aplaudió el triunfo de Bachelet porque significaba el justo premio de las mujeres chilenas.

"Como las cosas humanas no sean eternas..." Don Quijote comprendió que le había llegado su fin y acabamiento. Con la misma actitud de conformidad ante el indeclinable curso del destino, Fraga ha aceptado que su vida política se acaba. Y ha recordado los melancólicos versos del poema catalán, "Todo se va, todo cae, todo termina". Para no olvidarse de la fugacidad de las cosas, otro gallego muy culto, Jesús Suevos recordaba con frecuencia la sabia doctrina de Jorge Manrique: querer lo que Dios no quiere es locura. Don Manuel ha rematado con acierto y dignidad la difícil suerte de la sucesión. Una lección más del hábil político y sabio catedrático. En cierto modo se ha asegurado la prolongación de su sombra. El sucesor se ha confesado uno de sus apóstoles, "pero nunca será un Judas". Dándoselas de enterado y para quitar valor a la promesa, el "Unus" de turno, comentó que... "ahora que el Papa por vez primera ha reivindicado la figura de Judas". No conozco las palabras de Benedicto XVI, y por lo tanto no debo opinar del alcance de la "reivindicación". Pero no es el primer Papa que pide respeto para enjuiciar al apóstol traidor: Pío XII recordó a los escrituristas que Judas fue uno de los apóstoles elegidos por Cristo. La traición vino después, cuando el demonio se le metió en el cuerpo. Y las meigas no son "o mesmo demo"; así que Manuel Fraga puede vivir tranquilo los muchos años que le quedan hasta retirarse con la absoluta, a Perbes.

Y hablando de meigas y demonios, ¿qué decir del ordenador al que dicto mis trabajos? Este verdadero demonio se permite la libertad de corregirme. Escribo Antonino y lo cambia por Antonio. Me dice el técnico que el nombre Antonino no estará incluido en el diccionario del ordenador. Así que vamos a intentar que hoy salga bien. Le debía esta disculpa a mi puntual informador Antonino Marcos, creador de la famosa empresa quesera de Zamora.