Es la semana de Alejandro Amenábar y su «Ágora». Todo el mundo habla de él. Incluso los cómics. Jordi Costa y Darío Adanti levantan su barricada de papel con Mis problemas con Amenábar, «una lucha sin cuartel, a cara de perro, bajo el apocalipsis del cine español». Insólito punto de vista: un crítico de cine, Costa, se convierte en protagonista de su propia historia para narrar, con hirviente humor, su alejandrofobia. Con el resultado inevitable de que sus intentos por huir del cineasta le empujan a estar más cerca de él que nunca. Costa, que fue crítico de viñetas antes de pasar a juzgar la gran pantalla, deja a un lado la ecuanimidad que se supone debe manejar el crítico para dar rienda suelta a su animadversión hacia un creador que, según su opinión, dista de ser el genio que nos venden. Costa utiliza su propia experiencia vital con Amenábar a partir de ciertas peripecias reales para ofrecer una crónica muy personal de una relación de humor-odio entre el crítico y el criticado. Con el adobo oportuno de una mirada sarcástica y autoparódica que quita hierro al asunto (lo contrario sonaría a V de vendetta con B de banal), el cómic es también una manera sui géneris de reflexionar con acritud sobre los males de una industria cinematográfica como la española en la que el tuerto puede ser el rey y sobre el poder de persuasión de los medios a la hora de encumbrar unos nombres por encima de otros sin tener en cuenta el talento real. Como admite Costa en su prólogo, las opiniones más consensuadas sobre Amenábar son dos: es muy buen chico y su genio es irrefutable. «Por tanto», admite, «dedicar cuarenta y cuatro páginas de historieta al escarnio de su figura está condenado a ser un acto tan impopular como propinarle una bofetada porque sí a un niño escogido al azar en un parque infantil». ¿Por qué, pues? «Porque Amenábar no es la elección obvia, porque no figura entre las figuras del pim pam pum mediático a las que está bien visto vilipendiar». Pero no sólo eso: Amenábar es, para Costa, «la forja, consagración y propagación vírica de un modelo cinematográfico basado en el simulacro de talento, la competencia técnica y la asfixia de lo dionisiaco». Con mala uva y abundante gasolina, Costa y Adanti lanzan un cóctel molotov a la imagen del director de moda y a los modos del cine español. Sin piedad. Se esté o no de acuerdo con el mensaje, el resultado es hilarante.