Decenas de pueblos de la provincia de Zamora despidieron el mes del agua y saludaron al mes de las flores contemplando cómo sus jóvenes cavaban un hoyo y erigían sobre él un tronco, trabajando codo con codo para mantener viva una tradición que hunde sus raíces en las civilizaciones prerromanas y que se ha mantenido como rito de paso a la madurez y de bienvenida a la primavera, a la época de la fertilidad de los campos, pero cuya supervivencia hoy peligra, como tantas otras cosas, por la despoblación.

A la fiesta que hace pocas décadas corría a cargo de los mozos que un año después partirían para cumplir el servicio militar, hoy se suman también las chicas y algunos de los hijos -o nietos- de emigrantes que aún mantienen un vínculo emocional con sus pueblos de origen. Aun así, las quintadas no son muy grandes en la mayoría de los pueblos, y allí donde el éxodo rural lleva más tiempo golpeando con fuerza, como en la comarca de Aliste, se tienen que juntar los jóvenes de diferentes localidades para compartir el festejo en buena vecindad.

En Ribas de Aliste hacía más de 50 años que no se levantaba el mayo y este año se ha recuperado la tradición gracias a nueve mozos de Viñas, San Vicente de la Cabeza, Bercianos de Aliste, Tola, San Juan del Rebollar y de la propia Ribas. Los rapaces derribaron con "machaos" y sogas un lustroso pino del paraje de Valdecarros, en Ribas, de doce metros de altura, que después plantaron al estilo tradicional, con maromas, escaleras y largas varas ahorquilladas, tarea que en conjunto les llevó más de seis horas, pero tuvo buena recompensa en la bodega de Daniel Martín, de Viñas, donde esa noche los quintos alistanos darían cuenta de las chuletas de ternera y la panceta asada, todo regado con el mejor vino casero de la tierra.

De la copa del mayo de Ribas los quintos colgaron un "pelele", un muñeco de paja enfundado en un mono que el joven Víctor Fernández Caballero, de Bercianos, utilizaba para soldar, y al que calzaron unas viejas Nike donadas por el anfitrión del evento, Diego Martín Fuentes, de Ribas. En otros pueblos, en cambio, el mástil se corona con unas coloridas flores, símbolo de la fertilidad de los campos en primavera, o con la bandera de España, una añadidura relativamente más reciente que ya se ha incorporado a esta tradición.

Con la plantación del mayo los jóvenes que cumplirán la mayoría de edad en 2018 comienzan a saborear el que esperan que sea uno de los años más emocionantes de sus vidas, lleno de jolgorio porque ellos serán los encargados de organizar y protagonizar diferentes eventos durante el verano, la Navidad, las Candelas o los Carnavales, momentos que varían de pueblo en pueblo en función de las tradiciones locales.

Pero esa ristra de fiestas tiene que comenzar trabajando duro, con las palas o las sogas, como bien saben los quintos de Coreses que se tuvieron que esmerar especialmente en el cavado del hoyo porque este año cambiaba la ubicación del mayo. A pesar de que el tiempo no acompañaba, los jóvenes coresinos mostraron buena disposición para trabajar y pudieron esparcirse esa misma noche bailando al ritmo de la Selvatika en el salón multiusos.

Esta localidad, por tamaño, conserva una de las quintadas más nutridas, pero en otros pueblos con menos jóvenes los quintos cuentan con la ayuda de sus padres y de otros adultos que les echan una mano a la hora de cavar o de izar el mástil, ya que mantener las tradiciones es cosa de todos. Así sucedió, entre muchos otros pueblos, en Villabuena del Puente, en la comarca de La Guareña, donde Aroa, Sofía, Carlota, Yurena, Jenni, Sandra, Susana y Adrián celebran su quintada.

En Tierra de Campos son varios los pueblos donde se conserva la tradición de plantar el mayo, como son Villafáfila o Granja de Moreruela. Este último pueblo cuenta en 2018 con cinco quintos: dos damas, Sheila Toranzo y Rocío Pérez; y tres caballeros, Sergio Barrio, Jesús Robledinos y Unai Vega.