Ya nada es igual en aquel pueblo. Solo el horizonte permanece invariable porque ni el Tormes ni Iberduero se atrevieron a más. En estos días previos a la Navidad, cuando el frío y la humedad calan los huesos -con los restos del pueblo asomando víctima de la sequía- los recuerdos se abren paso.

Eran fechas que anunciaban vacaciones escolares, mesas más abundantes y mejor servidas, jóvenes preparando con esmero sus mejores galas con la vista puesta en el baile que año tras año reunía a la mocedad de Argusino y a la de los pueblos vecinos (Cibanal, Salce, Villar del Buey?).

En los años finales del pueblo, el regreso de tantos emigrantes para celebrar la Navidad realzaba estas fiestas por la emoción del reencuentro con la familia y los amigos. De esto habría dado fe el señor cura D. Victoriano, que no ocultaba los obsequios recibidos por parte de aquellos que regresaban. El 22 de diciembre, el eco del Sorteo de Navidad, retransmitido en apenas cinco o seis radios (las primeras que llegaron al pueblo en los años 50) retumbaba por todas las calles.

La Nochebuena estaba marcada por la reunión de toda la familia entorno a la mesa y por el recuerdo de los que faltaban. La cena típica de aquellas fechas eran las patatas con huesos del boticón. El turrón, las castañas, los higos secos, las manzanas de invierno y los dulces de Pantaleón de Almeida completaban el menú de aquella noche. Mientras los mayores compartían tertulia entorno al brasero, los más jóvenes asistían al baile celebrado en el salón. Algo antes de las doce de la noche, cuando el repique de campanas anunciaba la misa del Gallo, todos los danzantes seguían al tamboril de Pardal hasta la puerta de la iglesia donde se celebraba la tradicional eucaristía bajo una constante lluvia de villancicos. El portal de Belén se situaba a la izquierda del presbiterio; la talla de San José, de grandes dimensiones, era cedida cada año por la señora Manuela (la tía Carabinera), mientras que la Virgen y el Niño, se bajaban del altar para esta ocasión.

El día de Navidad, después de misa, se realizaba la adoración al Niño. Una jornada en la que la tradición se mezclaba con el olor a garbanzos con embutidos, con la matanza asomando a la puerta de la despensa.

La ausencia de la televisión relegaba la Nochevieja a la mera escucha de villancicos. Era en Año Nuevo cuando la iglesia rebosaba de vecinos ataviados con sus mejores trajes, especialmente en el caso de aquellos que fueron a probar suerte a las grandes ciudades. A la salida de los actos religiosos, la fiesta se trasladaba a un puñado de hogares, aquellos en los que habitaba algún Manuel. La celebración del santo era una excusa para continuar la fiesta e invitar a allegados y vecinos a una copa de coñac y vainillas (una especie de pastas de coco).

En la víspera de Reyes, los mozos se reunían para pasar por las casas a pedir los aguinaldos. Esta comitiva era capitaneada por los mayordomos de la cofradía de la Santa Cruz, y llenaba de alborozo las calles del pueblo con sus cánticos, que subían de tono al ver asomar a los vecinos con un buen chorizo o algún billete.

"Y a los dueños de esta casa Dios le de buena salud?Buenos Reyes...muchos años?ya baja por la escalera la señora?con el candil en la mano y el aguinaldo en el mandil?no queremos la morcilla ni tampoco el farinato, queremos el lomo fresco que es lo mejor del gurriato?buenos Reyes?muchos años?".

El recorrido del aguinaldo continuaba la mañana del día de Reyes, hasta haber pasado por todas las casas. Los productos y viandas obtenidos eran cocinados en cualquiera de las dos tabernas del pueblo, junto al tradicional arroz con chorizo, banquete al que eran invitados los chicos de corta edad a modo de rito de iniciación.

Aquellos Reyes -no tan espléndidos como ahora- también llegaban a cada hogar para los más pequeños. Apenas una caja de cartón de pequeñas dimensiones que contenía una red alargada de mazapán en forma de caracol (al que, curiosamente, llamaban "culebra") que contenía abundantes confites.

La llegada de la tarde cedía el protagonismo a jóvenes y adultos. Una vez más, los mayordomos eran los encargados de sortear las parejas de baile entre los solteros del pueblo para esa noche y la de Pascua.

El domingo siguiente a la Epifanía se celebraba el bautizo del Niño Jesús en el que el señor cura invitaba "a correr los confites" a los niños del pueblo. Este acontecimiento ponía fin al ciclo navideño.

Aquellos cánticos cesaron en las Navidades de 1966 y se ahogaron definitivamente en septiembre de 1967. Ya no habría más celebraciones en Argusino. Únicamente se retomarían el primer domingo de mayo, en la romería de la Santa Cruz, tras las construcción de un pequeño templo en 1973 con el señor D. Matías de Inés Campos como pionero al que se unirían en su causa otros no menos osados.

Cincuenta años después, frente a las ruinas del pueblo que por la sequía asoma, los argusinejos vuelven a reunirse bajo las ramas de un árbol que anuncia que la Navidad ha vuelto al pueblo para despedir un 2017 cargado de acontecimientos.

Por que quién le iba a decir a nuestro Argusino que iba a tener un himno propio, que iba a ser homenajeado por una tradición tan nuestra como los Viriatos de Sayago. Quién le iba a decir que sus pueblos vecinos se unirían para ayudarle a conformar un homenaje emocional plástico, jalonado de talleres participativos, que iba a teñirse de recuerdos gracias a las grabaciones de los suyos. Que la flauta y el tamboril volverían a sonar a la orilla del agua, que los barcos volverían en forma de jardines flotantes. Hemos escuchado narraciones, el sonido de los drones que sobrevolaban los restos de Argusino a vista de pájaro y del sónar que exploraban sus ya empapadas entrañas. Foros periodísticos, coloquios literarios, documentales con los suyos como principales protagonistas visionado en el foro del Club de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, así como en las localidades cercanas. Comidas de hermandad, catas de vino, torneos futbolísticos y pescadores compitiendo en sus aguas renacidas. Carreras deportivas que dieron el pistoletazo de salida a la recreación y reivindicación de su memoria. Tantas y tantas cosas que nos han dejado un regusto dulce, y que no se pueden ni deben olvidar.

2018 es año de nuevos deseos? Los retos de la Asociación Cultural Argusino Vive pasan ahora por la recuperación del nombre de Argusino en el pantano que lo tiñó azul; por seguir estrechando los lazos de unión tejidos entre nativos, descendientes y amigos de este pueblo mediante encuentros y actividades, por mantener el apoyo brindando por las instituciones en esa senda de preservar la memoria?.y mucho más.

Argusino nos hace guiños de agua, nos lanza atardeceres y nos susurra nanas de viento para recordarnos que no se ha ido. Argusino es un germen de futuro. Los juegos, las risas, el calor de los hogares no regresarán, pero sí lo harán los suyos contemplando el horizonte del pantano. Una memoria que, como la Navidad, ni el agua puede anegar.