Han pasado más de mil años, pero el Beato de Tábara ha vuelto a casa, al mismo templo donde el monje Maius y su discípulo Emeterius copiaron el pergamino, un comentario iluminado del Apocalipsis de san Juan que decidieron "firmar" con una representación en miniatura de su lugar de trabajo, el Scriptorium que se situaba en la propia torre de la iglesia de Santa María de Tábara, entonces conocida como Monasterio de San Salvador de Tábara y que ayer se preparaba para recibir a su "hijo", el viejo libro tasado en ocho millones de euros, cifra más bien simbólica ya que "una pieza de este tipo no tiene precio, entonces se les pone un valor disuasorio", explica el benaventano de adopción Severiano Hernández Vicente, subdirector general de Archivos Estatales del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

La pieza es de hecho la "joya de la corona" del Archivo Histórico Nacional, que el año pasado adoptó el Scriptorium tabarense como su logo oficial y que ha tenido la deferencia de ceder el Beato durante unas horas a los tabareses y a todos los zamoranos como colofón a los actos de conmemoración del 150.º aniversario de la institución. Toda una excepción, pues el valioso pergamino está bien custodiado en una cámara de seguridad en Madrid a la que ni siquiera tienen acceso los propios investigadores del Archivo.

En consecuencia, su traslado de Madrid a Tábara ha supuesto una operación logística que parece salida de una película de acción cuyos detalles conocían hasta ayer muy pocas personas para evitar que el Beato corriera la misma suerte que el Códice Calixtino, robado en 2011 en la Catedral de Santiago de Compostela. La aventura comenzaba con una orden ministerial para autorizar su salida del archivo y culminaba con la llegada del libro a la villa en un camión blindado, y muy bien custodiado, pocos minutos después de las nueve y media de la mañana.

El códice entró en la iglesia tabarense en una vitrina de cristal blindado y antirrefractante que protege sus pigmentos de la luz. No obstante, toda precaución es poca y por eso estaba prohibido tomar fotos del pergamino, se hizo una breve excepción con los medios de comunicación y autoridades políticas y aun así dos guardias armados vigilaron durante ese tiempo que a nadie se le ocurriera usar flash.

Previamente, el Departamento de Conservación de Documentos del Archivo Histórico Nacional había estudiado las condiciones de higrometría de la iglesia "para evitar a los cuatro jinetes del Apocalipsis que pueden perjudicar el pergamino: la luz, la temperatura, la ventilación y la humedad relativa", explicaba su responsable, Juan Ramón Romero Fernández-Pacheco. En todo momento, tanto en el traslado como durante las diez horas de exposición en Tábara, la humedad relativa del aire fue del 55% y la temperatura inferior a los 15 grados centígrados, las mismas condiciones que tiene su cámara en el archivo. Además, se suscribió una cuantiosa póliza para asegurar el documento.

Todo para que Tábara gozara durante diez horas del privilegio de contemplar la ilustración original del Scriptorium, una excepción "costosa, que ha supuesto un esfuerzo, pero que teníamos que hacer por Tábara, para que lo pudieran ver sus habitantes que probablemente no han hecho más que oír hablar del Beato desde que han nacido", afirmaba José Luis La Torre Merino, subdirector del Archivo Histórico Nacional.

A lo largo del día, el pergamino atrajo no solo a todos los tabareses y al resto de habitantes de la comarca, sino a cientos de personas llegadas de toda la provincia que pasaron por Santa María para contemplar durante unos segundos los trazos de color perfilados por los monjes de mediados del siglo X para demostrar que fue allí, en la torre de Tábara, donde nació toda una familia de obras de influencias mozárabes, andalusíes y carolingias que fue continuada en monasterios de España, Francia, Italia e Inglaterra.

El viejo dibujo provocó a primera hora de la mañana una larga cola en la plaza de la iglesia y junto a la travesía de la Nacional 631 de personas que no querían perder la oportunidad de contemplar el libro original. El primero en hacerlo fue Bernardo González, de 64 años, que se desplazó desde Villamayor de Campos para ver el Beato de Tábara. "Me interesa mucho la historia antigua. Aquí se escribió el libro y es muy importante que vuelva aquí", afirmaba el privilegiado visitante. Consuelo del Río y Enrique Sanz llegaron desde Zamora para "aprovechar la oportunidad de ver una obra única que tiene más de mil años", y Alberto Pastor e Inma Ruiz, descendientes de la propia villa de Tábara salían de la iglesia contentos de haber podido ver el original pero algo decepcionados "por no poder hacer una foto", además, expresaron su desacuerdo con que "la mayor parte de la exposición explicativa sobre el Beato esté cerrada al público precisamente hoy".