Corrían tiempos difíciles, tan incongruentes como las llamas en la facera, donde creer en Dios traía problemas y confiar en los hombres venganzas, traiciones y hasta la muerte. Llegaste al mundo en 1936. Bernardo Pérez Fernández, mala época para nacer y más para crecer cuando nada o poco había para comer, ni para las madres que habían de amamantar a su hijos. Fuiste tu un "Niño de la Guerra", testigo obligado, que no, ni juez ni parte, en una Guerra Civil, donde muerte y miseria entraron, para quedarse durante años, por la puerta de vencedores y vencidos.

Te ordenaste presbítero el día 30 de marzo de 1968, -san Juan Clímaco me decías-, ya con 32 años. Fuiste un cura de devoción tardía. No por casualidad. Que la vida, a veces, te demuestra con sus desengaños que la única manera de seguir adelante es ayudando al prójimo, que te dio la espalda, más que a ti mismo, y salvando almas. La calle La Guilera te dio la bienvenida como ecónomo de Valer. Aun hoy, cuarenta y ocho años después, recuerdo a la señora Balbina Fernández, a mi madre Justa Baz, a Pura Blanco, Serafina Baz, Teodora Casado y a mi tía Aurea Calvo, ayudando a tu hermana Tomasita Pérez a descargar las camas y mantas, cazuelas y libros, a tu nueva Casa Rectoral allá en nuestro barrio. Mientras mi primo Pablo Calvo, Paco Casado, Manolo Andrés y yo observábamos desde la puerta de la casa del tío Arturo Silva, hasta que te acercaste y rompiste el hielo dándonos un puñado se caramelos con poesías aragonesas de la Virgen del Pilar.

Ya en faena, allí estaba el tío Fabián Casado como sacristán y Dioni Rivera y Leandro Santos cantando contigo desde "La Tibluna" el "Mementus" en latín. A mí me elegiste como tu primer monaguillo, fiel, ya tu compañero de viaje portando vinajeras y cálices en los días de jolgorio de santa Eulalia y el hisopo con el incienso cuando había que dar el último adiós a algún querido paisano. Fuiste cura ejemplar de Valer, atendiendo desde allí también a Flores y Fradellos, Mellanes, Lober y Tolilla. Hasta que en 1873 te fuiste a Muelas del Pan y Ricobayo.

Tras años sin contacto directo un atentado de ETA en Madrid volvía a unir nuestros caminos. Entre los heridos una chica de Puercas, la hija de Margarita "la del Tí Fernando", cuyo único delito fue pasar por allí. A Puercas llegó el obispo Juan María Uriarte para visitar a la familia en momentos tan difíciles y junto a él usted. Sorpresa mayúscula, allí estábamos los enviados del entonces "El Correo de Zamora", el fotógrafo Víctor y yo, dos jovenzuelos que por aquel entonces iniciábamos nuestro camino para dar a conocer al mundo los valores y cuitas de nuestros pueblos. De 1991 a 2000 Uriarte te nombró secretario particular y los encuentros fueron frecuentes: ¿Te acuerdas cuando el barquero de Villaflor os llevó hasta Villanueva de los Corchos en la barca sobre el embalse del Esla?, erais los protegidos de Dios, pero miedo pasasteis eh. ¿A que sí?

Nuestro último encuentro fue en el Hospital Virgen de la Concha mientras yo cuidaba de mi madre. Cuánta bondad y apoyo dejaste entre los miles de pacientes durante años.

Tu semblante serio y tu mirada haciendo guiños quizás durante toda tu vida a la soledad y a la tristeza escondían, sin embargo, a un hombre bueno, sencillo y honesto, justo y cabal, -de los que preguntan por la salud y esperan a recibir la respuesta-, feliz haciendo felices a los demás, evangelizando y salvando almas, sí, como buen sacerdote y siervo de Dios, pero también conocedor de este "valle de lágrimas" que es la vida, repartiendo consuelo a diestro y siniestro al enfermo y a su familiares cuando la esperanza se tambalea por el dolor y vida y enfermedad comparten el mismo lecho. Adiós Bernardo, allá desde el Cielo, seguro ya estarás intercediendo ante tu Dios, ante Jesús y su Madre, ante nuestra querida santa Eulalia, para que nos guíen y protejan en la salud y en la enfermedad. Fuiste fiel a tus principios y creencias cumpliendo tu misión. Tu memoria será eterna. Adiós, amigo, adiós.