Radios a todo volumen, música a no menos decibelios, perros guardando los cultivos, mastines fuera de las naves, cañonazos sonoros, ventiladores zumbando, monigotes con figura humana, botellas de lata y de plástico, cintas de todos los colores, cuerdas, espejos, cedés girando al viento y haciendo reflejos? A todas las ideas concebidas y sugeridas por los más ocurrentes se agarran los residentes en el medio rural para evitar los daños de la fauna a sus propiedades.

La provincia es un cuadro de arte rústico, de espectros y fantasmas. Con este fenómeno trata la población de combatir la intromisión de la fauna que puebla el campo y encantada de vivir del esfuerzo del hombre.

El lobo echa mano a las ganaderías, los ciervos y los jabalíes a los huertos y sembrados, las raposas y ginetas a los gallineros, los halcones a las palomas domésticas, los tordos a las cerezas, el oso a la miel cuando pisa Sanabria y las urracas a todo lo que pillan. Por no mencionar otros animales de menor talla pero tan curtidos en saborear los frutos como el más impresionante. Lo doméstico está en el ojo de los predadores, de los rumiantes y de los mejores picos que aprovechan la luz o la oscuridad para matar el hambre y seguir gozando de la vida.

A pesar de todas estas músicas, sonidos, espantapájaros, perros y extraños elementos dejándose notar o ver en el paisaje la avifauna come los sembrados, castra los árboles frutales y ataca los ganados porque la necesidad agudiza los sentidos y, como dice el refrán, "lobo hambriento no tiene asiento".

"Las alambradas las saltan los ciervos como nosotros subimos los peldaños de las escaleras de casa", expresa, Pedro Vega, de Tábara, atareado en colocar piqueras para impedir que otro voraz comensal, el avispón asiático, arruine su oficio de apicultor. Este insecto todavía no está localizado en Zamora pero ya está presente en provincias vecinas y lo temen los colmeneros como al diablo porque enjambre que ataca, comunidad que aniquila.

"Hay quien pone en las alfalfas cacharros luminosos que parecen respetar los primeros días, pero luego nada. Donde las personas tienen tiempo hacen de todo, aquí, en Pozuelo de Tábara, se deja de sembrar y a tomar por el culo", dice lisa y llanamente el alcalde, Jesús Ángel Tomás firme defensor de un control férreo de la fauna.

"Los que somos un poco románticos y vivimos en La Culebra sabemos a lo que nos exponemos y tratamos de vivir en armonía con los animales salvajes. Tenemos los huertos cerrados con alambre y otros lugares dispuestos con todos los elementos imaginables porque hay frutos a campo abierto, como las castañas", expresa Salvador Alonso, de Santa Cruz de los Cuérragos.

Todo territorio poblado de ciervos, corzos, jabalíes y lobos es un escenario cuyas especies delatan los bramidos, ladras, gruñidos y aullidos, y también las huellas y los rastros, pero igualmente es perceptible el mundo salvaje con solo mirar los rústicos modales del habitante de los pueblos, que trata de defender sus cosechas de la animalia silvestre que le rodea y cuya formalidad no llega ni por asomo a la de los gatos y perros que también habitan en el medio rural. Los vecinos tratan de salvaguardar sus bienes de un modo más tolerante que a tiros.

No hace falta adentrarse en los valles para ver este escenografía, ni siquiera los arrabales de los pueblos, basta con pisar las calles de las localidades de la Sierra de la Culebra o de Sanabria y Carballeda para ver de lleno el arte rural que dibujan las gentes en plena naturaleza, de momento, sin sanción alguna por alterar el paisaje.

La fauna invade de lleno las cosechas domésticas y el hombre, por su parte, arrasa cada día en mayor grado las cosechas silvestres que desde tiempos inmemoriales sirvieron para alimentar a los animales. Entre los muchos productos, las setas.